La discusión sobre la transición de energías fósiles a energías renovables es sin duda uno de los temas más relevantes en la agenda energética mundial. El impacto que las fuentes de energías fósiles ha tenido en nuestro entorno requiere de la acción de las empresas privadas, los gobiernos y de los individuos para que las futuras generaciones sigan disfrutando de nuestro planeta. Los acuerdos internacionales, así como las políticas gubernamentales y empresariales, apuntan a una reducción de emisiones de carbono y a la sustitución de estas fuentes de energía.
La superación de la dependencia que el mundo tiene sobre el carbón y el crudo requerirá de un mayor esfuerzo en innovación, infraestructura y en la ejecución de políticas gubernamentales. Sin embargo, aplicar estas estrategias en las condiciones geopolíticas actuales es un reto aun mayor que tenemos que afrontar como especie.
Los Estados deberán salvaguardar su seguridad energética, no suspendiendo la exploración y explotación de estas fuentes de energía, sino migrando transitoriamente hacia nuevas fuentes más amigables con el medio ambiente. El gas natural, el hidrógeno verde, los biocombustibles y la energía nuclear jugarán un rol fundamental en dicho proceso. De esta manera, los países podrán apalancar su transición con la menor afectación a su población y a su sistema productivo.
Pero satanizar las energías fósiles es un desacierto, ya que con este tipo de energías se ha construido el presente de la humanidad. Si observamos todo lo que está a nuestro alrededor, encontramos que la mayoría de los objetos tienen compuestos derivados del petróleo. Y no pretendo hacer una oda al petróleo, pero sí reconocer su importancia e impacto en la evolución de las sociedades.
Ahora bien, un elemento fundamental dentro de la ecuación es la medición del carbono que se emite al medio ambiente y el consumo energético en el desarrollo de esta nueva industria (energías renovables), la energía utilizada para construir y poner en marcha un panel solar, una turbina eólica o un vehículo eléctrico se debe medir, para posteriormente compararla con las emisiones y consumos de las energías fósiles.
Aunque no haya certeza absoluta sobre cómo será el panorama en treinta años, estoy seguro de que las energías renovables crecerán un ratio importante. Sin embargo, según las proyecciones, la oferta de energía producida con fuentes renovables no alcanzará a cubrir la demanda. En consecuencia, los combustibles fósiles para el 2050 seguirán jugando un rol fundamental.
Por lo tanto, los usuarios deben ser autocríticos con respecto al consumo de energía en su cotidianidad. Es decir, practicar el consumo consciente, pues son un actor muy importante en la demanda de energías.
En el sector empresarial, se ha incorporado el concepto de Triple Bottom Line en donde se busca un balance entre las finanzas saludables, el bienestar de las personas y cuidado del medio ambiente. Esta iniciativa se debe ejecutar con el liderazgo de los directivos de la organización y unos objetivos claros. Existen varios ejemplos en el mundo empresarial que demuestran que la implementación de esta estrategia, además de ayudar a este proceso de transición, genera mayor rentabilidad, crecimiento económico y preferencia del consumidor.
Y, por último, los gobiernos deben facilitar el proceso mediante políticas que incentiven la inversión en estas nuevas fuentes de energía y un ambiente propicio con menores trámites burocráticos.
La transición energética es un camino complejo en donde las empresas privadas, gobiernos e individuos debemos apuntar hacia un mismo norte, el de cuidar nuestro medio ambiente, anteponiendo este objetivo a la vertiente ideológica de cada cual.