Por casi cien años la Federación Nacional de Cafeteros ha sido el principal vocero de los intereses del gremio de caficultores que representa, en su mayoría, a pequeños productores. Es además una de las pocas entidades en la historia económica y social del país que puede exhibir una trayectoria tan notable y permanente. Desconocer su representatividad y su labor histórica, y mancillar su honra, como pretende hacer el Gobierno, es una actitud francamente infame e irresponsable. Vale la pena recordar algo de su historia y de su papel en la vida nacional para dimensionar su importancia y la necesidad de que continúe actuando en defensa de los caficultores y su ingreso.
Después de ingresado el café a Colombia, en 1730, el país registró una acelerada expansión de su sector cafetero entre 1875 y 1925, momento en el cual el café representaba cerca del 75% de las exportaciones totales del país. La creciente importancia del grano en Colombia y su vulnerabilidad en el exterior estimularon entre los productores el deseo de organizarse. En esa época los productores no contaban con asistencia técnica, ni con soporte de la investigación científica, ni con facilidad de almacenamiento y logística de transporte y exportación. El poder de negociación de los cultivadores era reducido frente al de las grandes multinacionales que dominaban la comercialización del grano.
En muchos casos el precio interno que recibía el productor no llegaba sino hasta un nivel equivalente al 50% del precio externo. Fue así como en 1927 la Sociedad de Agricultores de Colombia convocó el II Congreso Nacional de Cafeteros, que sesionó a finales de junio y constituyó la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) como una institución gremial de derecho privado, sin ánimo de lucro, dedicada a la defensa de los intereses de los caficultores, esencialmente a su ingreso remunerativo y al fomento de una industria cafetera eficiente.
Durante sus 97 años de existencia la FNC se ha adecuado a las exigencias de la época y se ha adaptado a las realidades económicas y políticas del momento. Y siempre lo ha hecho recogiendo las recomendaciones y mandatos de los congresos cafeteros -máxima autoridad del gremio- que sesionan cada año y que están integrados por caficultores de base escogidos por los mismos productores en un proceso de democracia representativa sin precedentes. En las últimas elecciones realizadas en el 2022, y en el caso de Caldas, participó el 80% de los productores habilitados para votar. No existe entonces una agremiación más representativa de los intereses de los productores que la FNC. Por esta razón y por la idoneidad y transparencia en el manejo de los recursos, desde 1940 se le ha encargado, por contrato con el Gobierno nacional, la administración del Fondo Nacional del Café (FoNC).
La FNC es esencialmente los Comités municipales y departamentales, pues es una organización con importantes rasgos de descentralismo. Los Comités municipales, conformados en un 93% por pequeños caficultores, son el puente entre los productores y los Comités departamentales para la búsqueda de acciones en pro de la organización, defensa y desarrollo de la actividad cafetera local. Los Comités departamentales, que existen en cada capital de los departamentos cuya producción exceda el 2% de la producción nacional, conformados en un 75% por pequeños productores, tienen como función organizar a los cafeteros de su departamento, poner en marcha y ejecutar todos los proyectos y programas institucionales y gestionar recursos con las entidades territoriales para apalancarlos. Hoy en día los escasos recursos de la contribución cafetera que llegan por ley a los Comités departamentales se multiplican por 10 gracias a su buena gestión y a la transparencia e idoneidad en su manejo. Como organización federada requiere de una dependencia central -hoy muy austera y eficiente- y de un Comité directivo encargado de adelantar, en asocio con el gerente general, la gestión de los asuntos gremiales y administrativos de la Federación.
Los recursos del FoNC, que no hacen parte del presupuesto nacional, por el contrario son contribuciones de los cafeteros, vitales para financiar los proyectos y programas que ejecuta la FNC, y adicionalmente son la fuente de provisión de los bienes públicos cafeteros: garantía de compra, servicio de extensión, investigación científica, y publicidad y promoción de nuestro café. Gracias a esos bienes públicos administrados por la FNC el precio interno que recibe hoy el productor llega hasta un nivel equivalente al 90% del precio externo, definido por el mercado en la bolsa de NY, mucho más de lo que recibe un productor en cualquier país del mundo. La FNC es vital para la sostenibilidad de la caficultura en Colombia.
El reconocimiento y buen nombre de nuestro café se debe no solo a la pujanza y excelencia de los caficultores, sino a una institución que los arropa y defiende sus intereses. Desconocer su importancia y representatividad es inaceptable y evidencia perversos propósitos. Instituciones como esta han trascendido más de veinticinco gobiernos y deben seguir trascendiendo, independiente del tipo de gobierno y de la ideología que este pregone. Este no es un gremio de oligarcas, ni mucho menos de ladrones como lo asegura el presidente, es una comunidad de 540 mil familias honestas y trabajadoras a quienes se les debe gran parte de lo que el país es hoy en materia social y económica.