Fanny Bernal Orozco * [email protected]
Para hablar de la ley del atajo es importante que los lectores se hagan la siguiente pregunta: ¿Alguna vez he hecho uso de ella para conseguir, de manera rápida, un objetivo o hacer realidad un proyecto?
Quizás algunos dirán que no, que nunca, que jamás se les ha pasado por la cabeza hacer algo indebido. Que lo que han logrado ha sido sólo fruto de la responsabilidad, del trabajo, del sudor de su frente. En fin, habrá respuestas y explicaciones llamativas e interesantes, hasta alguna entre comillas, seria disquisición al respecto.
No obstante, la llamada ley del atajo es conocida y aplicada por diversas personas, sin ningún escrúpulo. Es más, dicen que esta actitud hace parte de lo que han denominado la malicia indígena, curioso eufemismo para explicar lo que hace un avivato, un tramposo, alguien que toma ventajas sobre los demás. En otras palabras, un corrupto.
Vemos que muchos, con alguna investidura, afirman códigos de decencia y hasta jurando ante las leyes, que nunca le darán un mal uso a los dineros que les corresponde manejar. Pero la realidad es otra, los deshonestos no tienen límites cuando se trata de sacar ventaja del poder que tienen en sus funciones.
Y mientras tanto, aumenta la frustración, la decepción y el desencanto en muchos ciudadanos, pues cada día viene con un nuevo escándalo. Y los comprometidos en los abusos y en el ‘todo vale’, al ser confrontados, muestran su mejor cara de sorpresa. Declaraciones van y vienen, palabras vacuas y encendidos discursos que -en vez de aclarar lo sucedido- lo tornan más oscuro y vergonzoso.
Y como Pilatos, se lavan las manos por medio de eufemismos con los cuales buscan es distraer a los ciudadanos: 'Es una persecución política’, ‘detrás de este entramado están mis opositores’, ‘todo no es más que un montaje’ y ‘me quieren perjudicar no sólo a mí, sino a todo un pueblo’ son frases éstas expresadas con arrogancia y altivez, sin asomo de respeto y, menos, aún de reflexión.
Cabe aquí otra pregunta: ¿Por qué las personas vuelven y votan por los mismos? Es esta una actitud que premia al tramposo y refleja el poco análisis de las consecuencias que estas acciones generan en una sociedad. Así es como la corrupción comienza por los nombramientos de personas incompetentes, ineptas y desvergonzadas que hacen de la Ley del atajo la manera de asumir sus labores cotidianas.
Por otra parte, no basta con pedir perdón. El perdón es un acto de respeto y de dignidad. ¿Pedirían perdón si no se hubieran hecho evidentes sus fechorías? El perdón es el gesto que le sigue a la autoreflexión, al arrepentimiento y a la vergüenza. Lo demás es una burla a la sociedad.
En un país en el cual es común la frase 'hecha la ley, hecha la trampa’, es imperativo -como dice la doctora Adela Cortina- educar en la formación de valores éticos y morales.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.