Fanny Bernal Orozco * [email protected]
Es muy fácil pronunciar la palabra Paz; es corta y se puede decir en voz alta, con fuerza, de manera pausada o como un susurro. Cualquiera sea el tono, invita a pensar en acabar conflictos, en apaciguar enfrentamientos, en moderar los gestos, en utilizar un lenguaje que invita a la reflexión y al acercamiento; es aprender a tener una convivencia respetuosa consigo mismo y con las demás personas, a pesar incluso, de la desolación, el pesimismo y el desencanto.
Colombia es un país atravesado por múltiples violencias, que no solo han dejado duelos sin resolver, por tantas muertes, masacres, desapariciones, injusticias, inequidades, desarraigos, rabia, deseos de venganza, pérdidas materiales, una inmensa sensación de abandono y separaciones; así como enfermedades físicas y mentales, que no han sido atendidas de manera oportuna, adecuada y profesional.
Una urdimbre social que se ha tejido y destejido, en las heridas de millones de personas, algunas de ellas que han sobrevivido para contar, otras que nunca fueron escuchadas. Gritos y quejas que suelen ser noticia pero de un solo día y que tristemente, se tornan en frías estadísticas en las que ni siquiera se pronuncian los nombres de las víctimas, ni los de sus familias.
Conflictos por doquier, en los cuales los otros son siempre enemigos a los que hay que acabar, castigar, humillar, torturar, desaparecer, amenazar, doblegar, aplastar, invisibilizar y hasta olvidar, solo que el olvido no existe, menos aún mientras familias o lo que queda de ellas no hayan podido encontrar consuelo ni sosiego ante la brutalidad de la muerte y la ausencia de sus seres queridos.
Mientras tanto, algunos dirigentes usan la palabra Paz, de manera repetitiva y quizás hasta de forma automática, en medio de discursos, que en vez de generar sosiego y esperanza, provocan incertidumbre, desconfianza, desconcierto, desesperanza y hasta irritación.
Muchos de ellos, son líderes que no escuchan, ni saben dialogar, hablan desde sus egos, su soberbia, su falta de carisma, su ceguera emocional y su incapacidad para auto-regularse y aun así, quieren dar ejemplo de mesura, prudencia y sensatez.
Es que quizás ellos ni siquiera se la creen, puesto que para ello se requiere comenzar por uno mismo, por revisar la propia salud mental y emocional, así como también los valores personales, además de la capacidad para sentir empatía y compasión por el dolor y el sufrimiento de los otros, de lo contrario, siempre oiremos un discurso pobre y demagógico, cuyas palabras se las lleva el viento, mientras a cientos de personas, se las llevan son las balas.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
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