Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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X (Twitter): @fernalonso
La opinión es asunto muy serio en el periodismo, aunque no lo parezca por la ligereza con la que se lo toman muchos columnistas. Para quienes asumen este oficio ritual en serio, el escribir columnas se les convierte en un ejercicio que reta sus posibilidades, sus preconcepciones y su creatividad.
He visto buenos columnistas abdicar por agotamiento, otros se cortan la coleta por falta de tema, algunos más simplemente se van dando cuenta de que su visión del mundo es un bucle del que les cuesta salir. Otros, en cambio, persisten y entienden que tener una columna de opinión es un privilegio que entraña una responsabilidad inmensa con la sociedad.
Por este motivo, el más interesante columnista es el que logra conectar con su público, no solo por lo que dice, sino por cómo lo escribe. En tiempos en los que cualquiera se siente capacitado para acometer esta tarea, Moisés Naím tiene doble exigencia frente a lo que decide que será tema para un comentario suyo. Sus antecedentes como analista de la realidad internacional lo obligan no solo a decir cosas que las personas juzgan como interesantes, sino que deben serlo, porque de lo contrario pierde capacidad de influencia. Y un columnista no puede darse ese lujo.
Se describe como una suerte de geólogo que pretende predecir los cambios telúricos de la humanidad, a veces con mejor acierto que en otras, pero siempre con mente abierta por el futuro.
En tiempos en que cualquiera tiene un megáfono para opinar, quien se dedica a esta tarea debe saber diferenciarse del grito colectivo que ataca o defiende las cosas porque sí. Naím superó hace rato tal posibilidad y quienes lo leen se encuentran en sus publicaciones con datos que soportan la opinión, una ganancia en medio de tanto comentarista inane.
Por eso recomiendo este libro a columnistas, pichones y curtidos, porque leyendo a quienes lo hacen bien aprendemos a mejorar nuestras propias opiniones, también a estructurar mejor lo que queremos contar, a sostener un hilo narrativo y, por supuesto, a abrir con una tesis y cerrar con una conclusión.
No veo acertado que este libro que recoge el trabajo del autor desde 2016 se separe por años y no por ejes temáticos, pues son muchos los temas reiterados, normal en todo columnista semanal, y agruparlos ayudaría al lector a ver un panorama más completo. También valoro la introducción, donde explica las razones por las que le parece importante opinar. Importantísimo, un artículo más largo sobre el desastre económico de Venezuela, que se debe leer con cuidado, para atar cabos con lo que viene sucediendo por estas breñas.
Me gusta que nos advierta de la pandemia de salud mental que vivimos en el mundo y también de los cambios que pueden provocarnos nuevas ansiedades, sobre todo por la incertidumbre. Díganmelo a mí.
Él define el libro mucho mejor de lo que intenté en estas líneas: "No es más que un primer intento de descifrar los cambios que se avecinan y sus posibles consecuencias". Así que léanlo y #HablemosDeLibros y de Lo que nos está pasando - 121 ideas para escudriñar el siglo XXI.
Resaltados
- Sortear ese juego de espejismos entre lo nuevo, lo viejo, lo olvidado y lo mal recordado es la esencia del quehacer del columnista.
- La ineptitud de los militares rusos es solo superado por el salvajismo medieval con el cual actúan.
- Posverdad, es decir, la propensión a aceptar una idea como cierta basándose en las emociones más que en los hechos.
- Los ataques a la democracia hay que combatirlos con más y mejor democracia.
- En las democracias de hoy la verdad es lo que mis amigos de Facebook, Instagram o Twitter creen que es verdad. Aunque sea mentira.
- En el siglo XXI, aprender a hacer gobiernos con personas que se odian puede llegar a ser un requisito para que las democracias prosperen.
- Los esfuerzos que hace la humanidad para educar a sus niños y jóvenes son titánicos y sus resultados son patéticos.