Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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A veces siento que en general sabemos muy poco de aquello que no se identifica con eso que hemos aprendido a llamar Occidente. Más o menos hemos entendido que Occidente es la herencia cultural que nos legaron los grecorromanos y luego toda Europa, pero por eso mismo olvidamos que desde antes el mundo ya era influenciado por el peregrinar o la invasión de pueblos, y que no hay ni pueblo completamente puro ni tampoco costumbres.
Los griegos tomaron mucho de su cultura de pueblos vecinos y los adaptaron, ni hablar de los romanos, que fueron quienes mejor supieron explotar las potencialidades de las localidades invadidas o persuadidas a cambio de no ser arrasadas por las legiones.
Empiezo con esta retahíla porque al leer La historia de Rusia, del británico Orlando Figes, tenemos que concluir que tiene razón Yuval Noah Arari cuando dice que la civilización tiene mucho más que ver con los relatos y la imaginación que con cualquier otra cosa. Este país e imperio vive de una cantidad de relatos, muchos de ellos de dudosa procedencia.
La mirada de amor y odio desde Rusia frente a Europa ha marcado su destino desde sus orígenes en Kiev, cuando había también en esa región una especie de ciudades Estado, hasta los tiempos de Putin. Lo que sí ha sido una constante es su forma de ser gobernado con puño de hierro. Por ese motivo no ha prosperado nunca allí algún viso democrático. Primero, por el temor de los zares a perder el poder y luego, porque los socialistas solo admitían una verdad, la suya.
La deriva autoritaria parece inoculada en quienes gobiernan Moscú desde siempre y los ciudadanos casi no han tenido oportunidad de probar algo diferente. Es más, en pueblos hermanos que lo han ensayado se encontraron que la democracia vale la pena y por eso se apegan a ella hasta donde pueden, como en Ucrania o Polonia.
“Todos los países tienen un relato sobre su origen. En algunos se invocan mitologías clásicas o de origen divino, narraciones que los vinculación con algún acto sagrado de creación o con una civilización antigua..." Así se inicia esta obra que da cuenta del mito fundacional, pero va también desgranando poco a poco, cómo este se ha acomodado o se ha interpretado según la necesidad de cada gobernante, según el momento.
A tres hermanos, los Rus, los llamaron para gobernar porque los pueblos eslavos estaban en guerra permanente. Se cifra el origen en el 862 y en la toma de Kiev, tres años después. Se supone que los Rus son descendientes de Jafet, para los crucigramistas, este es un hijo de Noé. Otros consideran que el origen es vikingo, sueco para más señas, pero al saber que hubo una guerra entre estos dos países en el siglo XVII prefieren ocultarlo.
Los mongoles tienen mucho que aportar a Rusia, así fuera como invasores. Luego llegó Tamerlán, del que si quieren saber más existe una novela con este nombre escrita por ese sabio colombiano que es Enrique Serrano. Sin embargo, ese lado mongol se niega porque para los rusos fue una humillación. Gracias a esta invasión, ciudades como Nóvgorod y Moscú se convirtieron en prósperos centros de comercio y de intercambio cultural.
La Unión Soviética se crea en 1922 con las repúblicas de Rusia, Transcaucasia, Ucrania y Bielorrusia y desde entonces se habla del culto al sacrificio del pueblo ruso, por lo que el autor teme que ese mismo estribillo sirva a Putin o Rusia para llegar a las máximas consecuencias en su idea de conquistar Ucrania.
La historia y el mito deberán tenerse en cuenta para entender hasta dónde podría dirigirse el futuro de este país, potencia militar, pero dependiente económico. Y los mitos son sobre todo peligrosos cuando los emplean los dictadores para reinventar la historia de su país, con tal de justificar sus terquedades. Además, los errores de la OTAN, para comportarse como una alianza antirrusa, y los errores de Putin, que no calculó la reacción de Occidente, nos tienen hoy en un momento muy complejo frente a la paz mundial. Leamos y #HablemosDeLibros y de historia.
Subrayados
- La Rus de Kiev quedó partida en dos por la ocupación mongola, y cada una de esas mitades siguió un camino diferente en términos de desarrollo político.
- Las tierras de Kiev estuvieron más inclinadas hacia Occidente y menos expuestas a las instituciones de la autocracia.
- El concepto de Estado se encarnaba en el zar en tanto que soberano o señor de todo el territorio ruso.
- El populismo como ideología. Implicaba la creencia de que el campesinado y sus costumbres igualitarias constituían el modelo de una sociedad socialista.
- El Holodorm (que significa en ucraniano “matar de hambre"), legó a los descendientes de los ucranianos que murieron a causa de las políticas soviéticas un odio acendrado hacia Rusia.
- El Estado autocrático se ha visto muchas veces retado por revueltas populares, pero siempre ha conseguido restablecer su poder.