Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
Correo: [email protected]
X (Twitter): @fernalonso
Como lo escribió Juan Esteban Constaín en su columna en El Tiempo, cuando se conoció la noticia de que por fin se publicaría la novela póstuma de Gabriel García Márquez, yo también quiero saberlo todo sobre nuestros autores favoritos. Debo empezar por advertirle, amigo lector, que en materia de producción literaria del nobel colombiano no creo que pueda lograr ser objetivo.
Pasé de ser un desconfiado lector adolescente de la obra del Gabo a ser un devoto devorador de cada uno de sus trabajos, y sus libros -ajados y subrayados- ocupan un selecto altar en mi biblioteca, gusto que se me hizo más profundo cuando tuve la fortuna de ser su alumno durante casi una semana en Cartagena en los comienzos de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamerciano, hoy Fundación Gabo.
Así que yo sí aplaudo que tengamos la oportunidad de seguir leyendo su obra, tanto la que produjo su genio creativo como la que resultó ser todo un descache literario o periodístico. Igual, ya los había tenido en vida, como le sucedió con Memoria de mis putas tristes, porque hay que anotar que En agosto nos vemos está mucho mejor acabada, para mi gusto por supuesto, que aquella otra, estando las dos entre la selección de novelas cortas más vendidas en este siglo.
Creo que un joven que no haya leído a Gabo y empiece por esta novedad literaria puede tomarle algún gusto a la obra del escritor y ser el comienzo del camino para recorrer los meandros de Macondo y/o de los Buendía o de sus cuentos peregrinos o de Mamá Grande.
¿Entonces es una obra fundamental del Gabo?, tampoco. Se trata de una novela que está mucho mejor terminada de lo que pensé. Intenté compararla con el capítulo original que guardé cuando se publicó en la revista Cambio, pero perdí los papeles, así que solo me queda acudir a la memoria.
Reproducción | LA PATRIA
Por estos días la editorial aprovechó para publicar una edición conmemorativa de Cien años de soledad, que siempre estará presente, y una edición de bolsillo de Memoria de mis putas tristes.
Siento que tiene errores que seguro el editor final, Cristóbal Pera, no se atrevió a tocar, porque sucede como con la música: quién se atreve a corregir al genio creativo. "Sentía la presencia de Gabo sobre mis hombros", confiesa en las Notas del editor, que aparecen en las últimas páginas, justo antes de mostrar cuatro facsímiles del original, que les permitirán conocer, a quienes aún no lo tienen claro, el método de trabajo sobre papel, del autor y que pude testificar cuando escribía él Noticia de un secuestro. Los yerros perdonables de la obra se encuentran en algunas frases manidas, repetidas a veces, escenas de cajón que pudieron pasarse de página, entre otras.
Tal vez sea en esos detalles que se explique la reticencia del perfeccionista autor a publicar alguna de las cinco versiones conocidas que tuvo la obra. No obstante, me atreveré a especular que tal vez ese temor se hubiera dado por la falta de un final más sólido, lo que pudo llevar al traste con la idea de darla a conocer y haber dejado la orden perentoria de destruirla, por fortuna incumplida por sus hijos Rodrigo y Gonzalo, "en un acto de traición", según reconocen anhelando el perdón en el prólogo.
Gabo era un hombre de finales, así escribiera El amante inconcluso. Una de sus lecciones es pensar tanto los finales como los comienzos, eso para el periodismo como para la literatura y para tener una segunda oportunidad sobre la tierra.
Es una lástima que no hubieran llegado más libros a Manizales, pues los pocos que recibieron nuestros libreros se vendieron como pan caliente, como tiene que ser. Así que no dejen de leerlo, porque van a encontrar una historia entrañable de Ana Magdalena Bach -un guiño a la esposa del genio músico Juan Sebastián Bach-, que por una vez cada año empieza a permitirse un desliz cuando viaja a cuidar la tumba de su madre. A esta y a su decisión de haber sido enterrada en ese cementerio de baja estofa de la isla, termina por ser la parte más garciamarquiana del relato, porque se puede entender como una guía a su hija para conducirla al pecado o a la liberación, según cada quién lo interprete a su manera.
En todo caso, de esos viajes, Ana Magdalena volverá cambiada. García Márquez es un autor universal y su obra seguirá viva por muchísimos años más. No esperen más para leerlo, cualquiera de sus obras y para que de esta manera #HablemosDeLibros.
En agosto nos vemos volverá pronto a las librerías de Manizales.