Fernando-Alonso Ramírez

Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!

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México nos llegó a los de mi generación de maneras distintas. De nuestros mayores aún alcanzábamos a escuchar los ecos de los boleros, de las rancheras y del cine encabezado por Cantinflas.

A mi generación le tocó ese otro genio mexicano gozón que fue Roberto Gómez Bolaños, quien hizo posible unificar a Latinoamérica a través de personajes que podían ser del patio de una pensión en Ciudad de México o del estrecho pasillo de un inquilinato en Bogotá.

Otra forma en la que bebimos de la cultura del país del norte fue con las rancheras, pero a través de la historia novelada y caricaturesca de Pero sigo siendo el Rey, con don Adán Corona y decenas de personajes más. Una titánica labor de David Sánchez Juliao para lograr que todas las historias de canción terminaran en una obra coherente.

Infaltable en una época en todos los colegios era la lectura de Juan Rulfo y su Pedro Páramo. Cómo nos era de difícil interpretar esa historia desértica, cuando uno estaba rodeado de verde en las montañas de la cordillera Central, aunque obviamente lo que sí estaba presente era el despojo, el sacrificio, el honor, la violencia y los fantasmas hablantes, que han hablado en tantas partes y de tantas maneras, que poco asustan. Prefiero las hermosas cartas recogida en Aire de las colinas.

Influencias

En México tengo familia, y amigos por montones. Y ese país sigue siendo un misterio para mí, tan orgulloso de sí mismo, con una dignidad por lo propio, envidiable, pero al tiempo tan de corrido mexicano. Un país que como Colombia funciona por la gracia de la Divina Providencia, porque también ha contado con dirigentes que hacen todo para que nada funcione como debe ser.

De allí vienen los nombres de mujeres poderosas de la poesía, desde la misma Sor Juana Inés de la Cruz hasta la maravillosa Elena Poniatowska. Con ellas, Amado Nervo, de mis mayores preferencias adolescentes y de gran influencia en mis versos impublicables; hasta el grande Octavio Paz. Aunque debo confesar que prefiero la sensible profundidad de Jaime Sabines. Leerlo es siempre un placer, y su cadencia poética se siente en una crónica periodística que trascendió, Crónicas del volcán, sobre una erupción en el estado de Chiapas.

A propósito de periodismo, mis influencias mexicanas son enormes y no puedo mencionarlos a todos, pero van a saber que es grato encontrar entre quienes allí escriben de lo mejor de Latinoamérica a Alma Guillermoprieto, la maestra de la crónica en inglés y en español; hasta la siempre periodista de a pie que es Marcela Turatti y su obsesión por relatar y darles su lugar a las víctimas.

Con ellas, personajes como el asesinado Javier Valdez, que era capaz de escribir radiografías de carteles mexicanos, y Témoris Grecko, el buen amigo que logró desenmarañar antes que nadie el entramado de los 43 de Ayotzinapa, los estudiantes masacrados por una componenda narcocorrupta. Decenas de valientes periodistas más nos han enseñado de mil maneras a escribir y a reportear.

Entre el periodismo y el ensayo hay dos gigantes, uno ya fallecido, Carlos Monsiváis, el poderoso artesano de las palabras y de lo popular en la cultura mexicana, un pensador en mayúsculas. Con él, su heredero multifacético, Juan Villoro, que es capaz de parapetarse en su sapiencia para relatar casi cualquier cosa. Lo que lean de estos dos les dejará huellas imborrables.

Y muchas más...

Muchos llegamos a la literatura de mujeres como Ángeles Mastreta o Laura Esquivel, por las adaptaciones de sus obras al cine, pero luego no pudimos dejar de leerlas. Son plumas que algo cargan de realismo mágico, aprendido de ese maestro colombiano de la palabra, pero que se quedó en México para seguirse sintiendo Latinoamericano, García Márquez. Ellas nos meten en sus historias de violencias y amor, con igual vehemencia.

En el canon no pueden faltar Carlos Fuentes con tantas novelas buenas como no tanto; José Emilio Pacheco, que dialogó siempre con Colombia, como lo hizo Alfonso Reyes o con ese buscador en la historia que fue don Fernando del Paso, y en este grupo se puede sumar las inquietantes formas de Juan José Arreola.

Ya he mencionado varios autores modernos, pero me falta otra cantidad. Entre estos Mónica Lavín que estará en Bogotá y la tuvimos en Manizales hace unos años; igual que lo estuvo también en nuestra justa Feria del Libro, Élmer Mendoza, que es el mejor exponente de la novela negra mexicana. Otro nombre actual es el de Jorge Volpi, que sigue contando la realidad con relatos que pueden ser de cualquier lugar. Uno más es Guillermo Arriaga con una fuerza en sus novelas que no pueden ser soltadas hasta la última página.

Como ellos muchos más, que no caben en esta columna que debo terminar. Así que así no se pasen por la Feria de Libro de Bogotá, como yo que no podré ir este año, aprovechen para leer autores mexicanos, conocidos y no tanto, pero que sea una excusa para que #HablemosDeLibros y de un país que saber ser nación.