Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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La izada de bandera del colegio en nuestra época siempre se dedicaba en abril al Día del Idioma. Se recordaba a Cervantes, incluso a Shakespeare y se aprovechaba la oportunidad para representar algo de los genios creativos de la literatura hispanoamericana. De vez en cuando, alguno de nosotros declamaba, otros montaban una obra de teatro, unos más daban cuenta de la importancia del leer. ¿Aún se le dará tanta importancia este día en los colegios? Ni idea, ustedes me contarán.
Para quienes trabajamos con las palabras todo el tiempo, periodistas, escritores, profesores, no nos podemos dar el lujo de bajar la guardia en estos temas y es clave darle la importancia debida. Solo así, pensaremos en mejorar y caeremos en la cuenta de nuestros yerros, de cara a superarlos.
No hay mejor profesor para mí, que un buen libro. De ahí que acumule diccionarios, gramáticas, textos que enseñan al buen escribir, memorias de escritores sobre cómo trabajan, guías metodológicas sobre cómo mejorar en la escritura y la expresión oral, entre muchos otros brebajes textuales. Hace poco me dio por ponerme a contar cuántos libros reúno de estos temas y pasan del centenar. Y son los menos de mi biblioteca. Poco a poco he ido armando una biblioteca en la que hay espacio para los grandes clásicos, donde se destacan en buena cantidad los libros periodísticos, tanto de técnica como antologías, donde la literatura ocupa el espacio más privilegiado y donde la historia y la filosofía reúnen lo suyo. Ah, y ni hablar de la poesía, que tiene su sitial de honor. También, lo confieso, algunos de esos libros de autoayuda o de temas administrativos de los que creo que puedo beber en algún momento.
Mi biblioteca ya casi alcanza a la que tuvieron mis papás en la República Independiente de Pensilvania y que poco a poco han ido desmantelando. Algunos libros salieron por cuenta del comején, otros por alguna gotera que los arruinó, unos más para alguna biblioteca y uno que otro apenas cayó en mis manos, pero los atesoro porque guardan nuestra conexión vital y amorosa por las letras.
Sin embargo, cada vez más personas, que me conocen y conocen el lugar de mis libros, me preguntan: ¿y qué va a hacer con los libros? Esto, porque saben que a un acumulador, un bibliófilo que ama el texto también en cuanto objeto, que es es incapaz de desprenderse de sus títulos le llegará un momento en que la cosa se haga inmanejable.
Mis libros me hacen feliz, eso lo sabe todo el mundo, porque la felicidad está en la memroia y siempre recuerdo que en una novela o en un texto de periodismo, o en un título de ensayos hay un tema al que se puede acudir para recoger contexto. Que en una novela o en un libro de cuentos hay un caso similar a esta noticia que hoy recorre los medios.
Desprenderme de los libros requiere un tratamiento profundo de mi psiquis y seguro con ayuda de medicación, porque si bien crece el número de textos acumulados sin leer, también el de los leídos y acudo cada tanto a ellos para repasar los subrayados, para ver las anotaciones al margen, para ver si escribí algún dato que no puedo olvidar al final, porque pienso escribir después -siempre después- algo más largo de lo ya escrito. En fin. La biblioteca es mi lugar feliz, así que buen día feliz para todos este 23 de abril y celébrenlo leyendo para que #HablemosDeLibros.
Subrayado
Un acierto que la Feria del Libro de Bogotá haya traído a esa investigadora magistral y escritora maravillosa de los libros y las letras Irene Vallejo para la inauguración. En estos días leía su libro Alguien habló de nosotros. Se trata de un texto de columnas cortas sobre temas varios que acuden a los orígenes de los mitos y de las palabras. Acaba de ser reeditado. Si usted gozó y se sintió pleno leyendo El infinito en un junco, seguro también disfrutará estas piezas de profunda sencillez, como en el artículo De buena tinta (p.92):
"Leer nos ayuda a hablar (…). A través de los libros entendemos los motivos propios y ajenos y estamos mejor situados para descifrar el mundo. La lectura nos vuelve curiosos, pero no crédulos: también de este peligro nos libran los libros".