Nos acostumbramos a vivir, entre las promesas falsas y las maquiavélicas fantasías con las que los gamonales de todos los pelambres, seducen a sus rebaños de “obedientes” y sumisos seguidores. Tenemos ese drama que es tragicomedia durante toda nuestra vida republicana, convirtiendo este paraíso en un lugar lleno de indignidad y deshonra.
No habíamos hecho nada para cambiarlo, porque los que se enquistaban en el poder, lo utilizaban para su beneficio, el pago de sus fieles escuderos y la mermelada para sus áulicos bufones, excluyendo la mayoría de los ciudadanos, que en medio de la realidad cruda que vivían, perdieron la esperanza de una nación incluyente y justa, en la que la dignidad humana tuviera alguna importancia y fuera un pilar fundamental que justificara la existencia de esos grupúsculos llenos de deshonestos, bribones, estafadores de la fe pública, interesados en apoderarse de una nación, sin importar el costo social que eso representaba.
Aparecían candidatos de los grupos que, con demencial e insaciable apetito, se enfrentaban en las elecciones, para poder quedarse con el manejo de lo público, convertido sin recato alguno en despensa de inagotables recursos, de los que se apropiaron diciendo que estaban haciendo política, cuando solo hacían el espectáculo grotesco y cínico de prostituir el arte noble de la misma, para poder hacer lo que quisieran sin límites y sin peajes, sin controles y sin responsabilidades.
Colombia se nos salía de control, como salen por las alcantarillas todos los residuos y pestilencias con las que acostumbraron un pueblo, sometido por los proxenetas de la política, a la oprobiosa y excluyente realidad de una sociedad empobrecida sin remedio, dejada al vaivén del azaroso acaso, en medio del olvido estatal y la falta de solidaridad que han caracterizado este rincón del mundo.
Vivíamos la realidad cruda y madura de una nación indigna, llena de pelagatos que con poder se convirtieron en los amos y señores de nuestra patria, para poder mantener sus privilegios, injustos e inmerecidos la mayoría de las veces, con la ya establecida indiferencia de bastas camadas de la población, que impotentes terminaron por no preocuparse por el abandono y la miseria en la que vivían.
Se crearon fortines políticos a lo largo y ancho de nuestra patria, dueños de todo, desde lo público hasta lo privado, convirtiendo a esos nidos de raposas en los amos y señores de toda una nación, con la que podían hacer los que les diera la gana, sin control alguno, sin juicios, sin ética, sin quien los llevara a la picota pública para someterlos al juicio de la gente que olvidada e inexistente para, podían controlar con el poder de la sumisión y el miedo. Así actuaron siempre y no importó nada.
Han sido muchos años de desolación y desesperanza sembrada por “pájaros” y bandoleros, facinerosos de monte y violentos de ciudad, paramilitares sin tripas, clanes sin escrúpulos, matones sin conciencia, asesinos y violentos que se repartieron el país y las regiones como si fueran sus terruños, dejando, desolación y muerte, desplazados por millones, pobreza por todas partes, una desesperanza generalizada en una región del mundo que no ha tenido conciencia social, ni sabe bien lo que significa la solidaridad, desconociendo la igualdad que nos da la Constitución, para demostrar con sus actos que la desigualdad y la ignorancia son el mejor abono para la manutención de esos grupos de poder, mantenimiento diferencias abismales e insondables que hacen inviable una sociedad decente.
Nos obligaron a vivir en un narco estado carente de principios, lleno de estafadores, tramposos, pícaros y trúhanes, delincuentes de todas las categorías, malhechores y bandidos, abusadores y criminales, convictos sin castigo y penados sin vergüenza, abusadores del poder, inescrupulosos usurpadores de los bienes del estado, aprovechando la debacle institucional que hemos tenido, con dirigentes indignos que solo han producido desigualdad, desolación, injusticia y olvido.
Ante esta cruda realidad, en un mundo que comienza a sufrir las consecuencias irreparables del cambio climático, la deforestación, el irreparable daño de los ecosistemas, la desviación de los ríos, la sequía profunda o la lluvia torrencial que todo lo arrasa, tenemos que parar en seco y preguntarnos: ¿Cuál es el futuro que nos queda? ¿Qué les dejamos a las nuevas generaciones?
La acción es ahora o nunca. Necesitamos solidaridad humana, cuidado del ecosistema y conciencia social. Si no lo hacemos seremos la generación de la debacle, del comienzo del fin.
Piénselo, aunque no lo crea, eso lo va a tocar a usted y tambien a los suyos.