Manizales no se merecía la suerte de tener un alcalde como Carlos Mario Marín. Esta ciudad que es el ícono de una raza pujante y trabajadora, fue levantada hace muchos años, como lugar obligatorio de paso, desde Antioquia hasta Honda, para llegar a Bogotá. En ese proceso de desarrollo, desde lo que fue inicialmente, se han invertido esfuerzos mancomunados de mucha gente, que transformó el caserío cercano al volcán Arenas, en una ciudad pujante, como el desafío de una raza que hizo de la montaña, el desfiladero, el precipicio y las irregularidades del terreno, un sito conocido por todos y elevado desde las laderas hacia las estrellas.
Manizales es en realidad la ciudad que sirve para mostrar, que se puede construir una ciudad en cualquier lugar, por gente que se sienta orgullosa de sus raíces y de lo que ha logrado levantar con tesón, dedicación y empuje.
Han pasado muchos personajes para manejarla política y administrativamente, desde excelentes hasta muy malos. Lo que nadie esperaba era que la ciudad fuera manejada por alguien que superar el nivel de peor, para ser dirigida por un bufón mediocre y despistado sin criterio, alguien que tiene problemas en la corteza, sin haber logrado pasar del cerebro primitivo, que en la mayoría de sus actos sale a flote. Un personaje lleno de cuestionamientos revelados por él mismo en lo personal, comprobados en su comportamiento público, que sufre las consecuencias de la falta de inteligencia emocional y la escasísima actividad de sus pocas neuronas.
Marín dirige a Manizales como un hazmerreir, un inescrupuloso de la peor estofa, un incapaz con la profunda y degradada concepción de la función pública, que no es la obligación que le encargaron para que manejara los destinos de la ciudad, convencido como está de que vive en un mundo paralelo de fantasías y fanfarronadas, encaminando la ciudad por mal rumbo, perdiendo su posicionamiento en la geografía nacional, con actos dramáticos de payaso sin gracia, actos de magia inexistentes en la realidad, que solo sirven para mostrar el mundo irreal en el que vive y desarrolla su alterada concepción de dirigente y de funcionario público.
Hacer el contrato de intercambio con Liberland, con un tipo más orate que él, que cree tener un país entre Croacia y Serbia, inexistente al que “ninguna de las naciones vecinas reclamó soberanía sobre este territorio hasta que apareció Vít Jedlička, un político de República Checa que estaba buscando dónde crear un país y trazó en esos pastos los límites imaginarios de la “república libre” de Liberland en abril de 2015”, que no es reconocida internacionalmente como nación, no tiene nada para mostrar diferente a los acuerdos firmados con ciudades manejadas por alcaldes tontos e imbéciles, que con sofisticada estulticia se autoproclaman progresistas y celebran pactos que violan la legalidad política, para hacer el ridículo internacional y mostrar la falta de carácter y cordura que tienen quienes han participado en ese juego de engaños, con los que comprometen sus regiones y sus ciudades.
Manizales merece mejor suerte que la de estar en manos de un mediocre personaje que no sabe gobernar, no tiene idea de lo que significa el arte de la política, no entiende los problemas reales que tiene la ciudad, agravados en su paso por la Alcaldía, con sus pendejadas y actos que demuestran grandes vacíos o “gaps” en esa personalidad que él mismo mostró, está deformada por sus antecedentes, sus declarados vicios y sus autorreconocidas alteraciones en lo que ha sido su vida cotidiana, que según declara él mismo, está llena de inexcusables actos en el pasado, de una persona que pudiéndolos tenerlos en su vida privada sin que nos importen, no pueden ser aceptados para que sea el que gobierne una ciudad, menos una capital de un departamento en Colombia.
Liberland es solo una de las fantasías de un personaje que bien puede haber salido de una ciudad inexistente, sin el valor literario de la Camelot del rey Arturo, la isla idílica Utopía de Thomas Moro; la Liliput habitada por enanos que Jonathan Swift, ideó para “Los viajes de Gulliver”. Marín sigue la senda de los que viven en el País de las Maravillas de Lewis Carrol, o el personaje que maneje Zenda, el reino inventado por Anthony Hope. Podría también ser alcalde de Macondo, o de las tierras de Oz.
En fin, Marín podría irse a vivir a Pasagarda, un lugar inexistente donde sería la mano “deremocha” del Rey.