La vida es un recorrido aparentemente lento, pero más rápido de lo que pensamos, desde el momento en que nacemos hasta el momento en que morimos. En ese lapso de tiempo pasamos por diferentes etapas, que son características y tienen sus peculiaridades. Con ellas se estructura una vida, que comienza navegando por los contornos desconocidos del mundo y va siguiendo una bitácora que, muchas veces, es impredecible, pero que siempre se hace real y le da forma a nuestro acontecer y a nuestra vida. Hablaré de ellas, tratando de hacerlo en orden para caracterizarlas y mostrar de manera resumida qué hacemos mientras vivimos y cuáles son las variantes en el comportamiento humano que tenemos los que vivimos el día a día.
Cuando estamos en la primera infancia, hacemos lo que queremos sin pensar si es bueno o es malo; eso porque por naturaleza todos los seres humanos nacen buenos. Se es espontáneo y se hacen las cosas al azar como impulsos de lo que se quiere en ese momento. No hay la intención de dañar o de causar mal, porque todavía, infantes, no sabemos en esa etapa que esa diferencia existe. Los que nos rodean reaccionan distinto ante esas acciones. Unos las ven con gracia y las disfrutan. Otros ríen y gozan con lo que hace el niño. Pero existen también los padres o mentores que los están corrigiendo con palabras violentas o con órdenes salidas de tono, cuando no con el uso de la violencia, golpeándolos, castigándolos. El niño llora, no entiende qué estuvo mal hecho. Comienza así la formación de una personalidad que puede ser, tranquila cuando es tratado bien, o confusa y alterada cuando es tratado mal.
Así lo dicen algunos de los que han estudiado el fenómeno. Ellos en general opinan que: “Durante la primera infancia, los niños adquieren competencias relacionadas con la construcción de una identidad propia1. Diferencian entre el yo y el no yo, es decir, entre el mundo interno y el externo. Adquieren conciencia sobre las propias acciones (lo que ellos mismos hacen) y las diferencias de las acciones de otras personas (lo que otros hacen). Aprenden a diferenciar entre lo que les pertenece a ellos y lo que es propiedad de otros. La personalidad de los niños tiene unas bases genéticas, pero se van moldeando a medida que las diferentes experiencias, interpretaciones y emociones asociadas permiten la construcción de la propia identidad y el desarrollo de la personalidad2”.
La inocencia de un niño es una cualidad que no deberíamos perder, en el proceso de desarrollo de nuestra propia personalidad y de nuestra vida. Desafortunadamente la mayoría de las veces no es así, y damos inicio a un proceso de alteración de la misma, que por desgracia la mayoría de veces es no solo indeseable, sino catastrófica en el comportamiento social. Pasamos a la segunda infancia, donde ya hemos desarrollado la capacidad de pensar, y entonces nos vemos frente a la realidad que vivimos, haciendo cosas distintas a las que pensamos para evitar el castigo y despejar el miedo. Eso pasa al costo de dicotomizarnos entre lo que pensamos y hacemos, hasta que llegamos a la pubertad, esa época de inestabilidad emocional y física, con todos los cambios hormonales que sufrimos. Es la época de la irreverencia y el “importaculismo”.
Tenemos los cimientos del edificio de nuestra vida, pero no tenemos todavía los recursos personales y emocionales para construirlo. Puede ser una época bonita para muchas personas, que desarrollan en ese periodo, lo que será su futuro, cuando atentos, acompañan el devenir, sin tratar de modificarlo a la fuerza, adaptándose a él para comenzar a entrar en acuerdo o desacuerdo con muchas de las cosas que en esa etapa nos pasan. Súbitamente nos convertimos en adultos y sin que nos hayamos dado cuenta comenzamos a ser responsables ante el entorno, la sociedad y el mundo en que vivimos por nuestros actos, con repercusiones académicas, laborales, jurídicas y emocionales que son distintas a lo experimentado, aunque se apalanquen en ello.
Vemos con facilidad la diferencia de adultos que comenzamos a ser, con respecto a los que nos rodean, que tienen sus propias características y necesidades, sus hábitos y modos de actuar que los hacen diferentes de nosotros y de los otros, dándonos ese carácter de individualidad por el resto de la vida. Como la vida, en el decir del pensador, solo puede vivirse para adelante, aunque podamos mirarla para atrás. Nada de lo que hicimos pertenece al hoy, es imposible enmendarse en ese tiempo. Continuaremos hablando de las otras etapas de la vida hasta el final.