Ya hemos pasado la mitad de enero. El panorama que se vislumbra no es alentador. Nos encontramos en una situación sociopolítica de tensión e inestabilidad patrocinada por los grupos de extrema derecha, principalmente, que quieren a como dé lugar causar caos, desolación y crisis. La vida sigue su curso y no nos es ajena la problemática que vivimos a diario. Es como si se hubiesen aliado opositores de todas las pelambres para que la situación del país parezca desastrosa y dramática, cuando la realidad nos muestra realidades distintas.
En varias regiones asumieron el poder corruptos sin escrúpulos, que no tienen inconveniente en crear un clima de incertidumbre para hacernos volver a esa Colombia feudal, de grupos políticos tradicionales, que sumados a los múltiples grupúsculos que aparecieron de la nada intentan poner en el paredón la vida republicana sin importarles que esto nos acerque a una dictadura civil o militar, que en ninguno de los dos casos nos dejaría una buena lección, ni nos permitiría crear un país más amable, más justo, donde todas las personas tengan derechos y oportunidades iguales aunque los finales sean diferentes. Lo que no es admisible es que los finales son distintos, porque los principios han sido establecidos para castas de poder económico y social que quieren mantenerse a toda costa en el poder, sin que importen mucho los valores democráticos de los que nos ufanamos con vanagloria.
En varios departamentos, con sus municipios, se entronizaron en los puestos de mando y en los conglomerados de poder político personas de la más baja estofa, sin valores éticos, sin conciencia social, sin interés real por el progreso armónico de una sociedad que vive desarraigada, viendo como sus derechos son pisoteados con facilidad total; sin que los entes de control, los que fiscalizan, los que están para dar a los que son sometidos justicia y neutralidad, investigando los actos públicos de los hombres y mujeres públicas que se han adueñado del poder por todos los rincones de la patria.
Por fortuna vimos acabar los periodos de insensatos políticos, que utilizaron el poder y sus puestos para causar despilfarro, desorden institucional y una debacle administrativa que no parece tener fin. En la costa los clanes corruptos que siempre la han manejado, siguen tranquilos haciendo uso del poder que da la manipulación de los votantes con sus gastos desaforados y descomunales en la compraventa de votos, con la que siguen manejando la cosa pública sin honor, sin cuestionamientos, para demostrar que ellos son los que mandan y que los demás son los que obedecen.
En Antioquia y sus alrededores se enquistaron o volvieron al poder los mismos que habían sido fuente de corrupción sin límite y sin control, derrochando los dineros del presupuesto nacional en obras que o no se hicieron, dejaron inconclusas o terminaron mal. Allí están nuevamente para hacer lo que les venga en gana, para favorecer a sus áulicos, a costa de grandes perjuicios para la ciudadanía. No están interesados en acabar con la corrupción, porque ella es el filón inagotable del que pueden sacar sus ganancias extraordinarias y sin límite para beneficio personal o de grupúsculos, que son lo contrario a la representación de un pueblo entero.
Caldas, Risaralda y Quindío no son excepciones, manteniendo personas de baja preparación y peores principios en el manejo público. Corrupción al por mayor y al detal, que no parece importarles a los ciudadanos del común, que sufren las consecuencias de estos avivatos que se han mantenido mandando por años. Hay pocas esperanzas de cambio en una región que vive en la montaña y va hasta la ribera del Magdalena, sin que los funcionarios públicos encuentren verdaderos retenes que les impidan hacer de las suyas con los bienes públicos. Mantienen una corrupción hipócrita y bien disfrazada, con la que decían estar llevando progreso a las ciudades, cuando estaban ganando fabulosas sumas de dinero por permitir el acceso de venidos de otras regiones para hacer obras faraónicas con las cuales pueden blanquear dineros y pasar desapercibidos. Nadie los investiga, causando graves daños a las instituciones públicas, que en sana lógica deben ser privilegiadas sobre las privadas a las que les dejarán su destrucción o quiebra.
No es diferente en los santanderes, ni en Boyacá, ni en el sur. Ni qué decir de Cundinamarca con su capital, entregado a negociantes que se promocionaron como mesías, cuando son realmente lo peor que hay en la administración pública. Para rematar, tenemos un fiscal Barbosa, que sin escrúpulos está dedicado a desvirtuar la justicia; una procuradora Cabello, que es una alegoría al cinismo y el despilfarro. Tenemos que oponernos a que todos ellos destruyan nuestra Patria.