La corrupción es el tema de moda en Colombia. Lo es desde hace poco tiempo, en que la hicieron evidente y la pusieron al escrutinio de todas las personas. Antes, ella pasaba desapercibida, en un país en el que muchos se ufanan de ser absolutamente corruptos, convencidos como están de que eso los hace más notables, cuando mueven sumas astronómicas de dinero que se roban, esas que pertenecen al Estado y por ende a los contribuyentes y ciudadanos de este país.
Pero la realidad es otra. La corrupción es la suma de delitos cometidos por personajes de baja estofa, carentes de cualquier valor ético o moral, que les pueda producir vergüenza, porque esos picaros y tramposos carecen de conciencia, no tienen el menor sentido de la vergüenza y no saben lo que significa ser honestos.
Así los educaron o en eso se convirtieron, para desgracia de una Nación a la que le saquean sus arcas, sin que tengan retenes que les impidan su impudicia delictiva. Eso sin contar con que vivimos en un medio de impunidad, que se hace evidente en que no los investigan, o cuando lo hacen, les archivan sus procesos y los pasan al anaquel del olvido como si no fuera importante. Por eso se pavonean orondos en todos los lugares de Colombia, sin quien se atreva a señalarlos y ponerlos en el paredón, en el cual se deben colocar a los delincuentes de todos los pelambres, para castigarlos en proporción directa con sus crímenes, que deberían ser sancionados con penas mayores, porque se trata de robarse recursos de todo un conglomerado.
No son delincuentes simples, conforman verdaderos conciertos para delinquir, manteniendo el país en una permanente situación de falta de recursos, que, habiendo sido recogidos, estos malandros se han robado, sin pudor alguno. Todos los días se habla en todas partes, de quiénes son, qué hacen y cómo se apoderaron de los recursos púbicos o les desviaron su destino inicial para poder quedarse con ellos, sin que eso cause una reacción fuerte y contundente de los estamentos de control, que más preocupados por hacer bobadas y resolver pequeños casos con los que dicen trabajan intensamente, dejan pasar por su cedazo, con agujeros grandes por demás, a los que cometen el delito inaceptable de enriquecerse con dineros públicos.
Pero además lo hacen sin que les importe que con esas acciones perjudiquen a todas las regiones y a vastos sectores de la población, esa que en su mayoría está compuesta por colombianos que viven en pobreza extrema o condiciones de vida infrahumana, produciendo un efecto devastador en la sociedad, que no tiene cómo actuar, porque siempre encuentra una talanquera o un obstáculo insalvable para hacerles frente. Ya no es posible seguir callando ante toda la felonía de esas elites de bastardos y manilargos, que se pavonean orgullosos, mostrando lo que hacen con los recursos públicos, que les permiten vida de ricos emergentes, indolentes y cínicos.
Llegó la hora definitiva, en la que los que han sido responsables por desfalcar al Estado, de robarse los recursos públicos, de enriquecerse a costillas de lo que no les pertenece, enfrenten una justicia ágil, efectiva y dura que los llame a juicio y los condene cuando sean hallados responsables de los delitos que se les puedan endilgar, esos que están tipificados en nuestras leyes y que claramente burlan sin descaro. No podemos permitir más pagos de condenas en las guarniciones militares, como sucedió con Arias, que se burló de todos los colombianos; tampoco podemos permitir que el vencimiento de términos sea una constante, que permita que un hampón como Luis Gustavo Moreno, que, con una entidad seria de la judicatura, estaría impedido de por vida para ejercer como abogado.
Nos llenamos de delincuentes que negocian sus penas con los entes de control, para que delatando puedan gozar de impunidad y quedarse con lo que se robaron. Esperemos que la nueva fiscal, que parece seria, judicialice a todos esos hampones que tienen sus expedientes archivados, por la asquerosa omisión de los fiscales anteriores, a cuál más corrupto, esos que convirtieron el Bunker en una olla podrida, en la que la última babosa que allí estuvo se gastó más de 130 mil millones en viáticos, demostrando que los recursos se los roban o se pierden en manos de los que están nombrados para fines distintos a los que realizaron. Barbosa produce vergüenza en cualquier parte del mundo, igual que el títere Duque, la procuradora Cabello y los órganos de contraloría, que no controlan nada y permiten todo. ¡No podemos permitir más impunidad!