Tengo un sueño, un solo sueño,
seguir soñando.
Soñar con la libertad, soñar con la justicia,
soñar con la igualdad
y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas.
Martin Luther King
La posibilidad de construir un Estado que cumpla sus funciones está al alcance de todos los colombianos, que en la Constitución del 91 estableció que éramos “un Estado Social de Derecho”, en el cual todas las personas gozarán de la posibilidad de una vida digna, sin sometimientos a las determinaciones de cacicazgos políticos, que tuvimos por décadas creando grandes diferencias y dando pie a la formación de verdaderos “feudos” en las regiones, que con vergüenza utilizaban a los olvidados de siempre para validar el
poder de un voto que manipulado mantenía las diferencias abismales entre los que tenían todo, poseían poder y riqueza, y los trabajadores que se sometían a sus políticas bien elaboradas, pero sofisticadamente mentirosas, con las que marginalizaron grandes sectores de la población.
Como si ese panorama no fuera ya de por sí desolador, teníamos la triste realidad de vivir en un país con una mayoría de gente que estaba en la pobreza absoluta y que no tenía derecho alguno que le fuera reconocido, solamente porque para las élites era una población que no existía. Pero la séptima papeleta lo cambió todo. Y fue nada más y nada menos que a esa escoria, llamado César Gaviria, que tuvimos como heredero de un candidato asesinado, el gran Luis Carlos Galán, al que sus hijos le heredaron el nombre, pero no la inteligencia, mucho menos los principios, ni su visión de un estado fallido que había que cambiar. Ese mediocre personaje político que ha sido Gaviria tuvo que someterse a cerrar el Congreso, llamar a los grupos que redactarían la Constitución del 91, esa que nos define como uno de los estados teóricamente mejor establecidos en lo político, lo económico y lo social.
Pero una cosa es lo que está escrito y otra la que se hace. Vemos que todavía quedan regiones en las que los cacicazgos y las familias “feudales” todo lo manejan a su antojo dilapidando los dineros de los colombianos, aprovechados en fortalecer clanes que como mafias, imponen su voluntad a hierro y fuego, sin que hayan entendido que el país cambió, que ya no tenemos legalmente la posibilidad de vivir como lo hizo el liberalismo del siglo XVIII, cuando el poder se acumuló en pocos “poderosos” y se dejó al Estado una función prácticamente nula, que no imponía las políticas públicas, esas que incluyen a todos los habitantes del país, sin distingo alguno, dando a todos las mismas oportunidades para construir un futuro mejor.
Parece una tontería “perder tiempo” en hablar de temas sociales en un país que no entiende claramente lo que es una sociedad incluyente, no se conduele de los desfavorecidos, ni se preocupa por los que están sometidos al abandono y la pobreza extrema. Debe ser una tontería para muchos de los que han podido construir su vida y la de sus familias al amparo de esas políticas antiguas de un liberalismo decadente, que siguió a las monarquías, los estados feudales y las dictaduras que existieron desde siempre. Pero eso no importa, el tiempo se encargará de mostrarles a ellos o a su descendencia, que haber vivido así, lleva al destino cruel de una vida miserable, sin valores, sin principios, llena de desarraigos y sumida en la depresión o la falta de sentido para constituir una clase social esquizofrénica que no tiene conciencia, ni principios; esa misma que está movida por el poder económico o social, en el cual pueden hacer lo que quieran, como quieran y cuando quieran, sin saber que el fin de esa era está próximo y es inevitable en un mundo que evoluciona rápidamente y adquiere todos los días más conciencia social.
Estamos ahora ante la realidad nueva de la entronización del poder de las mayorías, de la política al servicio de los ciudadanos como su empleador, sin que tengan poder alguno sobre el gran conglomerado que los controla y vigila, ese que exige se cambien las condiciones de su forma de actuar, con salarios decentes, sin esos despilfarros exagerados que hacen y por los que no pasan cuentas. No podemos seguir dejando que se opongan al establecimiento de un país con justicia social, con todo lo que eso significa en inclusión y oportunidades, solo porque ellos se oponen con los mismos coletazos que tuvieron los dinosaurios cuando estaban en extinción. Colombia ha comenzado un cambio sin reversa, no fácil, pero realizable de cumplir con sus principios constitucionales, con justicia social, como el fundamento para ser una democracia de verdad.