Suena repetido, pero no lo es. Tiene tal importancia que vale la pena hablar del tema, de manera que se convierta en una realidad conocida por todos los que son lectores de la prensa o escuchan noticieros de radio y televisión y se mantienen informados con lo que esos medios quieren venderles y hacerles creer. La libertad de prensa es un derecho que hace parte de nuestro fundamento democrático. Debe ser respetada como obliga la ley. En el país está definida así: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. En sentencia de la Corte Constitucional C-087 de 1998 se dictan medidas: “por la cual se reglamenta el ejercicio del periodismo y se dictan otras disposiciones”. El Congreso de Colombia, decreta: “Artículo 1º. Reconócese como actividad profesional, regularizada y amparada por el Estado, el ejercicio del periodismo en cualesquiera de sus formas. El régimen de la profesión de periodista tiene, entre otros, los siguientes objetivos: Garantizar la libertad de información, expresión y asociación sindical; defender el gremio y establecer sistemas que procuren al periodista seguridad y progreso en el desempeño de sus labores”.
Así, la libertad de expresión y la libertad de prensa son pilares sobre los que se levanta el ejercicio de la comunicación, sin que exista norma o derecho a limitarla. Eso está claro y no tiene discusión. Que ese derecho inalienable sea respetado depende única y exclusivamente de la unión de los organismos de control, una asociación que sea verdaderamente representativa de tal libertad y del estamento gubernamental, que la haga cumplir y respete. Además está directamente bajo el control del ciudadano, que solo o asociado debe manifestar su respaldo a esa libertad para que se cumpla sin que sea burlada de cualquier manera con la que intenten vulnerarla, oponiéndonos con energía y total decisión para que sea una realidad.
Para darle cumplimiento a ese principio elemental de la democracia es fundamental que entendamos cómo se vulnera desde los medios cuando los que escriben o dan opiniones la tergiversan con calumnias, injurias, falsos testimonios, falsedades ideológicas y mentiras, que repetidas, se convierten en “verdad”, para los que los leen o escuchan. La calumnia es una acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño. Implica falsedad, impostura, infundio, mentira; es una conducta que consiste en señalar que otra persona está cometiendo algún delito previsto en el Código Penal.
La injuria se refiere a acciones que lesionan la dignidad y la estima de otras personas. Están contempladas en el Artículo 221 del Código: “El que impute falsamente a otro una conducta típica, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a setenta y dos (72) meses y multa de trece punto y treinta y tres (13.33) a mil quinientos (1.500) salarios mínimos legales mensuales vigentes”. “Artículo 222. Injuria y calumnia indirectas. A las penas previstas en los artículos anteriores quedará sometido quien publicare, reprodujere, repitiere injuria o calumnia imputada por otro, o quien haga la imputación de modo impersonal o con las expresiones se dice, se asegura u otra semejante”. Cuando esto pasa ya no estamos hablando de libertad de expresión, sino de delitos que son típicos, antijurídicos y culpables, bien definidos en nuestros códigos. Delitos ante los cuales debemos actuar poniéndolos en la palestra pública con las respectivas denuncias, que judicialicen al mendaz y tergiversador, al calumniador y difamador de manera ejemplar con penas que sean severas.
Algún día los que cometen esos delitos tienen que ser inhabilitados de por vida para difundir noticias, escribir en los medios o hacer artículos de opinión, iniciándoles procesos de responsabilidad civil y penal, que no tengan términos medios, escondidos en “rectificaciones” a las que están obligados por cierto, pero con las que no remedian el mal causado por la ligereza, la deformidad de sus actos, la superficialidad de su concepto de libertad y su mala fe, demostrada en un modo que los caracteriza para expresarse, conocido por todos, porque siempre hablan o escriben de manera parecida, dando razón al principio que establece que: “El estilo es el hombre”. Es un modo de ser, una constante en su forma de expresión, inmutable y característica, fácil de identificar y más fácil de señalar.
Vamos a formar un frente común para denunciar a los calumniadores, difamadores y sus afines, judicializándolos de manera que paguen sus penas, ya que con sus actos delictivos no les da pena.