“No hay camino hacia la paz; la paz es el camino.
Es mejor una paz cierta que una victoria esperada.
La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz.
Si quieres hacer la paz con tu enemigo, debes trabajar con él.
No basta con hablar de paz; uno debe creer en ella.”
Tenemos múltiples versiones sobre los acuerdos de paz. Son una constante en el quehacer político colombiano. Lo ha sido con falsas desmovilizaciones y paz de tramposos, que condujeron a nada. Hemos tenido tiempos en los que algunos piensan que es con guerra como se combate la delincuencia y la insurrección para conseguir la paz. Llegamos al periodo en el cual plantearon la paz total como alternativa real y necesaria en el proceso de transformar esta sociedad violenta e injusta, en un país digno y decente, en el cual no haya mayor bien que el derecho a la vida.
Ahora los extremistas de derecha y los inconformes de siempre, que no tienen soluciones pero participan en todos los problemas, ayudando a acrecentarlos; los medios de comunicación que desinforman y mienten sin recato, sin ética y sin principios, vendidos al mejor postro, para que se encarguen de mantener la zozobra en la población, con sus distorsionadas noticias, su falta de rigurosidad con la información y el amparo injustificado de una libertad de prensa, que no puede ser cobija para los que con ella hacen y producen el desastres y causan incertidumbre.
Se han levantado voces estruendosas por la posibilidad que tiene un paramilitar que fue sanguinario, de acogerse a la JEP y ser un mediador en el proceso de paz. Las críticas de los cínicos que nos gobernaron no se hicieron esperar. Todos a una, como en Fuente Ovejuna, quieren hacer un frente de contradictores para torpedear la entrega y las declaraciones con las que contribuya Mancuso al esclarecimiento de la verdad y al decidido impulso que no podemos postergar de trabajar en el proceso de paz, como una realidad que necesitamos y que nos quitaría el lastre que llevamos como uno de los países más violentos del mundo.
Sale el que ya no es presidente de Colombia, aunque los que lo idolatran, con fanatismo le sigan diciendo “el presidente”, para hablar de su supuesta desmovilización de paras y guerrilleros, cuando la verdad no paso de ser una farsa bien orquestada, pero mal ejecutada por el delincuente fugitivo que era su Comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, que en Ralito protagonizó el más cínico de los actos de entrega supuesta de marginales y terrorista, disfrazados con botas y uniformes nuevos, armas de madera y la presencia de miles de reclutados en las comunas, para que pasaran como terroristas sin serlo. Se entregaron 35 mil Paramilitares de los 15.000 que eran, pero no contentos con eso quedaron miles en su acción terrorista, ocupando todo el territorio nacional y sembrando miedo, desolación, desapariciones forzadas, desplazamientos y muertes al por mayor, en actos que demuestran la barbarie que puede cometer el animal humano, cuando no está interesado en la vida cotidiana tranquila y en paz, sino que se apoderaban de tierras, baldíos y riquezas mal habidas, conseguidas con el miedo que producían en la población y sus anuncios en paredes manchadas con sangre de compatriotas que fueron impunemente asesinados, sin que alguien se preocupara por frenar esa ola de violencia.
Estos extremistas en Colombia no quieren la paz, porque la guerra es un magnífico negocio para ellos y los que como ellos carecen de escrúpulos y no tienen conciencia. ¡Con quién pretenden que se haga el esfuerzo para conseguir la paz? La quieren con conversaciones con las seguidoras de la Madre Teresa de Calcuta, o de Gandhi por acaso? La paz solo se puede hacer cuando los contrarios se ponen de acuerdo, para tomar conciencia de los daños y secuelas de la violencia. Esos contrarios están representados por el gobierno de un lado y los delincuentes y terroristas del otro.
Estamos ante la oportunidad histórica de dar por terminada una masacre que ha durado siglos, y comenzar a edificar un país, en el que la dignidad, la honestidad, la verdad, la reconciliación y la paz sean el motor que impulse el salto a una República decente que cumpla con su ordenamiento y su fundamento constitucional, como “Estado Social de Derecho”.