El fútbol es uno de los deportes competitivos por grupos más antiguos de la humanidad. Sólo requiere de un adminículo esférico que se echa a rodar en cualquier peladero y donde “22 bobos salen detrás” como le escuché decir a una señora de una tienda. No se lo inventaron los ingleses, lo que debe aclararse es que algunos colegios británicos comenzaron a reglamentarlo en 1840 que es diferente y que permitieron posteriormente el surgimiento del primer equipo de fútbol: el Sheffield Football Club en 1857.
Aunque los chinos desde la antigüedad jugaban con pelotas, fueron los indígenas mesoamericanos especialmente los teotihuacanos, aztecas y mayas los que le dieron el carácter de deporte en equipo, con rivales, un campo de juego y un objetivo claramente determinado: pasar la pelota por un anillo. Y surgió el pretendido, adorado y doloroso “gol”. Ellos le llamaban ullamaliztli (azteca) o pok-ta-pok (maya) ahora simplemente fútbol, salvo los gringos y canadienses que le dicen soccer para diferenciarlo del football.
Finalizando el siglo XIX surgieron las primeras asociaciones de clubes y gracias a la iniciativa del francés Robert Guerin, a la postre su primer presidente nació la FIFA en 1904 con sede en Zurich, Suiza. Pero lo que en principio era un loable propósito deportivo se transformó en un progresivo proceso de degradación, ambición, corrupción y control oligopólico sobre todas las expresiones del fútbol profesional y aficionado del mundo maquinación que se realiza a través de sus miembros asociados o federados tal cual pirámide en las respectivas ligas locales y quienes por supuesto también se benefician del festín.
Darth Vader, Lord Voldemort, Palpatine y hasta el agente Smith serían excelentes candidatos para presidir la Fifa, ellos saben que el fútbol es una pasión, que no requiere inteligencia sino astucia y que cualquier aficionado en el mundo estaría dispuesto a gastar cuantiosos recursos económicos para ver un partido de sólo 90 minutos y pucho de duración. Por eso lo controlan todo: televisión, prendas, accesorios, aerolíneas, hoteles, jugadores, clubes, contratistas, medios de comunicación, alimentos, bebidas embriagantes, boletería, apuestas, políticos y hasta la libertad de expresión.
En el actual mundial de Qatar la Fifa prohibió desde su presidente Giovanni Infantino que las selecciones salieran al campo de juego portando brazaletes de la campaña One Love en defensa del derecho a la igualdad, situación que llevó a los jugadores de la selección alemana a cubrirse la boca con sus respectivas manos en señal de rechazo por la censura. Pero si algo necesita el fútbol que por supuesto la Fifa o sus afiliados no construyen ni financian son los estadios. Su argumento es que “ellos son privados” pero no escatiman esfuerzos para presionar directamente o a través de medios deportivos y de la confabulada clase política a que sea el Estado o los municipios con sus escasos recursos los que construyan o remodelen los millonarios escenarios deportivos, para ahí sí, echarles mano y sacarles toda la plata que sea necesaria, como sucede con casi todos los estadios del país, salvo el del Deportivo Cali único equipo con estadio propio en Colombia.
Aunque el fútbol es de interés público, se administra, explota y comercializa con ánimo de lucro en beneficio exclusivo de particulares. Los municipios no se benefician del negocio del fútbol y paradójicamente aportan lo más importante para garantizar un partido: los estadios. Pero con la Fifa y sus afiliados nadie se mete: los gobiernos se doblegan sin vergüenza ante sus intereses inmorales y particulares. Como diría Don Vito Corleone en El Padrino “mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca”.