Haciéndole eco a la Cátedra Unesco de la U.N. de Colombia denominada “Un pacto por el río Grande de la Magdalena”, me referiré a los acuatorios o espacios transformados cuya estructura de soporte es un humedal, donde prima el régimen hidrológico superficial o subterráneo siempre regulado por factores climáticos; y esto, porque el río más emblemático del país requiere acciones que impulsen transformaciones ecológicas sustentables, donde se adecúen las intervenciones humanas no reguladas que muestran interrelaciones inconveniente para los seres vivos del hábitat y pescadores que lo cosechan como cuerpo de agua.

Aunque en volumen y excluyendo los ecosistemas costeros, la proporción de aguas superficiales y subterráneas en Colombia es de 7 a 3 aproximadamente, si bien la menor proporción le corresponde a lagos y ríos, también aparecen en ellas además de las escorrentías, entre otras formaciones: ciénagas, esteros, pantanos, turberas, meandros, estuarios y marismas, según estemos ocupándonos de zonas de ribera cuando se trate de ríos, o de lacustres cuando se asocien a lagos y reservorios, y palustre si están sin corriente de agua.

Las complejas relaciones simbióticas en los territorios del agua, entendidos como construcciones sociales e históricas tal cual lo es el Río Grande, mismas que se sumergen en los fragmentos dispersos de sus circunstancias, se expresan en los bienes materiales del ecosistema húmedo y comprenden el patrimonio inmaterial que recoge los saberes ancestrales. Allí esto, llena el vacío en la comprensión de las transformaciones de su estructura ecológica que soporta el hábitat de los pequeños asentamientos ribereños y de miles de pescadores.

Si en Colombia, aunque el agua le aporta el 5% al PIB, pero los costos ambientales y ocultos asociados suman el 4,5%, en el Magdalena los problemas recurrentes pasan por la carga de 150 millones de toneladas de sedimentos anuales, como causa de la reducción de la pesca al 10% y del blanqueamiento del 80% de los corales del Caribe. Pero si el Magdalena contabiliza tres millones de hectáreas de humedales, entrando en detalles, igualmente la Ciénaga Grande de Santa Marta con 730 mil hectáreas en su cuerpo de agua, aparece como el complejo lagunar costero más grande del país, también conectado al río.

Además, en el Río Grande del cual nos ocupamos, si sobresale el sistema Delta Estuario del río Magdalena, una albufera con 400 mil hectáreas, también está la Depresión Momposina como llanura aluvial de 24.650 km² en la que desaguan al Magdalena los ríos Cauca, Cesar y San Jorge, y donde la cultura Zenú y otros asentamientos caribes de épocas precolombinas manejaron de manera sostenible el acuatorio por más de 1000 años, lo que explica relictos arqueológicos de un sistema hidráulico para el aprovechamiento de las tierras fertilizadas periódicamente con sedimentos de las crecientes naturales.

Pero lo de los Zenú se desmanteló por los cambios enormes en las coberturas de la cuenca del Magdalena, donde se han arrasado el 90% de las coberturas naturales. En la actualidad el cierre de los caños que alimentan los extensos complejos de ciénagas que solían regular las crecientes naturales, ya no cumplen su función por haberle robado espacio al río y continuar presionando las manchas de la selva húmeda y el hábitat de aves, peces, anfibios y reptiles diversos.

Similarmente, la salinización de la Ciénaga Grande expresa su desconexión con el Magdalena y otros ríos al cerrar los caños, tal cual lo hacemos en los demás humedales del Magdalena dotado de 1900 ciénagas. Y para el Magdalena Centro, tenemos la Charca de Guarinocito, donde urge el dragado del río no sólo para la navegación, sino para restablecer el flujo y con él la vida acuática ya que el meandro estancado está invadido por el buchón de agua.

Finalmente, siendo la bioestructura de este país anfibio una unidad dialéctica donde confluyen intereses antropocéntricos y demandas biocéntricas, debe resolverse la desarticulación de los planes de ordenamiento territorial e hídrico, resolviendo el conflicto de intereses de actores externos, para rescatar la historia real y compleja de la gente del agua, y atender así los factores estructurales y las determinantes ambientales al planificar y optimizar los procesos que subyacen en la oferta y demanda de bienes y servicios de campesinos ribereños y pescadores.