Victoria, un precioso municipio caldense que al 2021 tenía 10.440 habitantes, cuenta con una historia de múltiples fundaciones en territorio indígena Pantagora, donde la primera fue en 1557 bajo el dominio español recién fundado Mariquita (1553), y la segunda a orillas del Magdalena donde no prospera. Ya en el siglo XIX y en la década de 1840, en la Cuchilla de Bellavista resurge Victoria como un proceso colonizador de antioqueños, tolimenses y cundiboyacenses, hasta que en 1879 tras una sequía decide desplazarse al S-E sobre los Planes o Guadualito, donde resulta erigida aldea en 1884 y como municipio del Tolima en 1887 y posteriormente, en 1907, pasará a Caldas.
Aunque históricamente este poblado fue receptor de víctimas del conflicto armado que durante más de sesenta años sacude a Colombia, en su mayoría provenientes ellos de los municipios aledaños, aún se recuerda que en épocas de la violencia partidista la masacre de 1963 causada por alias “Desquite” en la vereda la Italia deja 38 víctimas; pero también sabemos que, si en Victoria no acontecen hechos victimizantes después del año 2017, actualmente los victorenses como gente de paz, pueden decir que definitivamente en su territorio ya superaron la crisis asociada a la violencia cuyos hechos victimizantes del oriente caldense, fueron en su mayoría cometidos por actores armados del frente 47 de las FARC y del bloque paramilitar Ramón Isaza.
Su territorio, con una extensión de 507 km², con un régimen de temperaturas que oscila entre 21 y 31°C, y que está bañado por las aguas de los Ríos La Miel, Doña Juana, Pontoná y Purnio, limita por el naciente con el puerto caldense de La Dorada, por el poniente con los municipios caldenses de Marquetalia y Samaná, y por el norte con Norcasia y Samaná que igualmente son de Caldas; y ya por el sur con los municipios tolimenses de Honda y Mariquita. Sus principales vías de comunicación rurales son dos: desde Victoria (cabecera) a Purnio – Doña Juana Baja – Cimitarra – La Fe – Isaza; y segundo, la carretera Cañaveral – Doña Juana Alta – Corinto – Fierritos – La Pradera – La Guayana – Carrizales – Isaza.
Si bien la economía de Victoria se soporta en la actividad ganadera, y en cultivos como plátano, cítricos y otros frutales, también y gracias a su potencial natural característico del trópico andino, puede apalancar el ecoturismo aprovechando sus patrimonios biótico, hídrico y paisajístico, fortalezas que le demandan prácticas silvopastoriles y protección de rondas hídricas, como de los relictos de bosques y demás áreas protegidas del territorio, ya que estas estrategias de adaptación al cambio climático sumadas a la cultura amable de sus habitantes, pueden convertir a Victoria en un baluarte del aviturismo. Caldas con 815 especies de aves equivalentes al 42% de 1.900 que posee Colombia, tiene en el Oriente su mayor fortaleza.
Victoria que desde antes ha contado con múltiples áreas de interés ambiental, como lo son los relictos de Bosque Montecristo y Bellavista – Cuba, y otros relictos de bosque localizados en la margen derecha del río La Miel, además de los cerros de la vereda El Gigante,  actualmente con Corpocaldas ha declarado la Cuchilla de Bellavista, un área de 1.302 hectáreas ubicada entre 900 – 1.000 m de altitud, como Distrito de Manejo Integrado, asegurando dicho patrimonio con una figura que fortalecerá además de la conectividad biológica, el aviturismo que igualmente puede extender sus beneficios a las comunidades vecinas que habitan las márgenes de los ríos Guarinó y Doña Juana, y la parte media del Purnio.
Hay que ir a Victoria, no sólo para conocer la imponente Ceiba de la plaza Rafael Uribe Uribe o ascender al Mirador de la Cruz, sino también para aprovechar a fondo su potencial ecoturístico, soportado en una variada oferta de actividades que ofrecen los torrenciales ríos que atraviesan su territorio y sus ecosistemas de bosques naturales, no solo para hacer recorridos como el avistamiento de aves por la Cuchilla de Bellavista o un paseo por lugares como el balneario Doña Juana”, sino también para tener aventuras como el “rafting” o descenso en un bote sin motor por un río de aguas bravas y el nado con salvavidas, aprovechando al aptitudes del río La Miel para el canotaje y el balsaje.