Las hormigas, insectos que por mostrar el nivel más alto de organización social que se da en ciertos animales como las avispas y las abejas se define con el término «eusocial», pertenecen al orden de los himenópteros que se diversificaron tras la expansión de las plantas con flor por el mundo durante el cretácico, hace 140 millones de años, logrando establecerse en todos los continentes -excepto la Antártida y algunas grandes islas como Groenlandia, Islandia y partes de Polinesia-, donde ocupan una gran variedad de nichos ecológicos y son capaces de explotar una amplia gama de recursos alimenticios, aunque algunas especies se alimentan de forma especializada.
Si bien estos insectos que desempeñan múltiples papeles ecológicos beneficiosos para los humanos, como eliminación de plagas, mejoramiento de suelos favoreciendo su aireación, y servir de alimento para aves y otras especies de animales, también pueden convertirse en un problema cuando invaden áreas habitadas o causan pérdidas económicas en las actividades agrícolas. Y si sólo algunas especies de la familia Ponerinae poseen un veneno altamente tóxico y potencialmente peligroso, que puede requerir de atención médica, la mayor parte de especies y muchas de ellas beneficiosas, sobreviven a las tentativas humanas de erradicarlas, aunque unas cuantas se encuentran amenazadas.
Entre 15 mil especies, pocas han sido alimento humano; por ejemplo, una tejedora que se consume en India, Birmania y Tailandia; o en América donde los Paiute de California consumían ácidos del bulbo posterior de las hormigas carpinteras; en México donde los huevos de dos especies son la base del plato escamoles, además de una dieta indígena que incluía consumo de obreras repletas o de almacenes de miel vivientes de la hormiga melífera; a lo que se suma el consumo en Santander de culonas, que son hormigas Atta laevigata de una familia de  formícidos que habita toda América, aunque éstas lamentablemente se tuestan vivas antes de consumirlas.
Pero tal cual se infiere de un estudio de científicos trabajando para el Smithsonian, las hormigas tropicales podrían extinguirse por culpa del cambio climático, a pesar de que el trópico se haya considerado el motor de la biodiversidad en todo el planeta. Los investigadores al explorarse las temperaturas extremas toleradas por 88 especies de hormigas en la Isla Barro Colorado en Panamá, observaron que las que viven en el dosel, perdieron el control motor una vez que la temperatura alcanzó los 50 grados Celsius, y las que viven en el suelo del bosque desfallecieron cuando el nivel alcanzó los 46 grados.
Además, el cambio climático también cuenta ya que, al ir surgiendo más zonas ambientalmente adecuadas, se favorecen las invasiones de hormigas, y en particular de las especies tropicales o subtropicales. Como antecedente, al analizar más de 4.500 casos de migración de las hormigas más allá de su hábitat nativo en el siglo XX, científicos de la Universidad de Lausana encontraron que, debido al comercio y constantes viajes por mar y aire, las hormigas llegaron a todos los continentes, alcanzando lugares donde estas especies exóticas pudieron dañar los ecosistemas al perturbar las relaciones ecológicas, consumir recursos y matar a otros organismos.
De estos insectos que en promedio pesan 4 miligramos por individuo, y el volumen llega a 20 cuatrillones de individuos en el planeta, -concentrados sobre todo en regiones tropicales y subtropicales-, la masa total pesa unos 12 megatones de carbono seco, cuantía que supera el peso de todas las aves y mamíferos salvajes. Y según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza actualmente y como consecuencia imprevista de la globalización, desafortunadamente existen muchas especies de hormigas invasoras, cinco de ellas incluidas en la lista de “las 100 especies invasoras más peligrosas”.
Finalmente, no hay que deshacerse de las hormigas máxime cuando algunas se han utilizado para el control biológico de plagas desde la antigüedad, aunque exterminarlas sí procede cuando estemos hablando de las hormigas invasoras que tengan gran impacto nocivo en los ecosistemas al afectar su composición y sus interacciones ecológicas; pero no con las hormigas nativas que sólo deben controlarse para cuidar los cultivos, sin afectar sus importantes roles como depredadoras, carroñeras, herbívoras, detritívoras y granívoras, ni su función ecológica sirviendo como alimento para gran variedad de especies.