Hace años el zar de Rusia se fue de cacería con su halcón predilecto y, pasadas las horas, sintió una sed devoradora. Galopó en su caballo buscando una fuente y, finalmente, encontró una vena de agua que goteaba entre dos rocas con lentitud. El zar puso un vaso debajo de la gotera y esperó con paciencia a que el vaso se llenara. Cuando se llenó y trató de beber el halcón se agitó y, con un golpe de ala, derramó el precioso líquido.
De nuevo el zar esperó a que se llenara el recipiente y el halcón revoloteó y regó el agua fresca. Bastante contrariado el soberano llenó el vaso por tercera vez pero al tratar de beber el halcón se lanzó encima y esparció el agua alrededor. Entonces el zar cegado por la cólera tomó al halcón, le apretó con fuerza el cuello y lo mató. En ese momento llegó otro cazador y le dijo que esa agua estaba envenenada. El zar abrazó al halcón que trató de salvarlo guiado por su instinto y lamentó el terrible efecto de su ira irreflexiva y su inconsciencia.
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