Había una vez una persona que, según sus creencias, había sufrido una gran derrota y ya no quería vivir.
Su alimento eran las quejas, su compañero el derrotismo, y su alma no podía ya con tan gran desaliento.
Una amiga que aún lo animaba, pero en vano, logró que fuera a un retiro en un lugar campestre.
Como suele darse allí, varias personas contaron sus dramas, y lo que más impactó a todos fue ver y escuchar a Aida.
Una joven madre que había sido abusada de niña, había perdonado, y tenido un niño con ligero retardo mental y con un padre ausente.
Allí estaba Dieguito, tenía cuatro años y era amor puro. Sus sonrisas eran agua fresca para cualquier alma sedienta.
Nuestro personaje no necesitó más para cambiar y darse cuenta que lo suyo era serio, pero nada al lado de lo de Aida.
Aún tenía buen dinero, decidió apoyar a esa madre soltera, así su carga se volvió liviana y recuperó las ganas de vivir.
@gonzalogallog