Un samurái fue a cobrarle a un pescador el dinero que le había prestado, pero este no tenía dinero y se escondió.
 El guerrero lo buscó airado y cuando lo encontró, desenvainó su espada y gritó: ¿Qué tienes para decirme?
- Lo siento. Dame tiempo y te pagaré. Sigue el dicho de la mano vacía: “Si alzas tu mano, aquieta tu genio; si tu genio se alza, aquieta tu mano.”
El samurái quedó pensativo, envainó su espada y dijo: Bueno, tienes razón. Esperaré y volveré en tres meses.
Llegó a casa de noche y, sorprendido, vio a su esposa durmiendo y el contorno impreciso de otro samurái a su lado.
Lleno de furia sacó su espada, pero recordó al pescador: “Si tu mano se alza, aquieta tu genio; si tu genio se alza aquieta tu mano.”
Se calmó, miró bien y vio a la esposa al lado de su propia madre que se había puesto ropas del hijo para cuidarla y asustar a otros.
Entonces dio gracias por serenarse y se dio cuenta que en la vida había cosas más valiosas que el dinero.
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