Así se titula uno de los libros escritos por Alejandro Gaviria, ahora exministro de Educación Nacional; por llevar la contraria ha tenido que retirarse de ese alto cargo. Sus comentarios críticos sobre el proyecto de ley que pretende reformar el Sistema de Seguridad Social en Salud, precipitaron su salida.
Mediante alocución presidencial, y, cosa extraña, no por Twitter, el primer mandatario les anunció también su salida a las ministras de Cultura y Deportes. Esta circunstancia hizo inevitable que muchos pensáramos que se estaba reeditando la experiencia de la Alcaldía de Bogotá cuando Gustavo Petro hizo en el primer año de mandato más de 30 cambios de sus funcionarios del más alto nivel; 43 completó al finalizar el gobierno de la capital. En esa época quedó la sensación de que nunca había logrado realmente formar un sólido Gobierno Distrital.
Descontado el análisis de las circunstancias que rodearon ese que terminó siendo un tortuoso mandato gracias a la malhadada decisión del procurador Alejandro Ordoñez de destituirlo e inhabilitarlo por 20 años, lo de ahora puede tener otros orígenes y otras significaciones.
La primera sensación que nos deja es que la línea dura, la más ideologizada, la más activista del gabinete ministerial, encarnada por la ministra de Salud, Carolina Corcho, ganó la puja que se venía presentando hacía varios días al interior del Gobierno cuando varios ministros además de Gaviria, habían planteado algunos reparos a la propuesta de reforma al sistema de salud. En efecto José Antonio Ocampo, de Hacienda, Cecilia López, de Agricultura y Jorge Iván Gonzales de Planeación, elaboraron y firmaron un documento donde dejaron anotados esos reparos. La filtración de ese documento a los medios desató la tormenta; tormenta que se llevó por los aires a Alejandro Gaviria, el más caracterizado actor de esta controversia, ya que su paso de más 6 años por la cartera de Salud en el gobierno de Juan Manuel Santos, su condición de excandidato presidencial y su indudable peso político y académico, le dieron una condición muy especial en este escenario de las definiciones como para que sirviera de ejemplo de cómo el presidente, no obstante su retórica contraria, no estaba dispuesto a poner en riesgo una de sus políticas sociales más emblemáticas: la magra asistencia a la manifestación de la Plazoleta del Palacio de Nariño y el ostensible bajón de su imagen en las encuestas, lo convencieron de practicar el más crudo pragmatismo.
Prueba de ello es la reunión que hizo con los partidos más tradicionales horas antes de esos anuncios; con ánimo conciliador y un realismo lejano de la fuerte carga ideológica con que defendió la reforma desde el balcón del Palacio presidencial, aceptó que los partidos Liberal, Conservador y de la U, presentasen propuestas alternativas al contenido del proyecto de ley. Y para desazón de la oposición que ya insinuaba un acuerdo de corte clientelista con esos partidos en la designación de las ministras y el ministro salientes, los reemplazó por personas cercanas a su círculo político, y hasta familiar.
Menos impresionante, aunque más intempestiva, fue la salida de las ministras de Cultura y Deportes; la lección que queda, por lo que se sabe, es que el presidente no está dispuesto a tolerar la ineficiencia de sus colaboradores por más cercanos a él que sean. En “Memorias de Adriano”, la novela histórica de Marguerite Yourcenar, la autora pone en boca del gran emperador romano el concepto según el cual la primera obligación del gobernante es saber escoger bien sus colaboradores; en esto un presidente no se puede equivocar, y en este caso Petro tiene que aceptar que se equivocó.
Que se esté reeditando la historia de la Alcaldía de Bogotá, queda por verse; que el triunfo de la intemperancia y el rechazo al debate interno en el escenario del Consejo de ministros se hayan impuesto, no parece ser un concepto concluyente: quedan ahí todavía otros ministros que, por lo que los conocemos, seguirán discrepando, llevando la contraria y actuando con alta dosis de sensatez y pragmatismo. En las democracias los gabinetes ministeriales no son homogéneos: sus integrantes representan, entre otras cosas, a los partidos políticos, a diversos sectores de la sociedad, a los territorios, y por eso, a distintas visiones del Estado y el Gobierno.
Este remezón ministerial cuando apenas se inicia la nueva Administración Nacional nos da señas que sin duda van más allá de la coyuntura. Definen, en buena parte, el estilo de gobierno y podrían eventualmente comprometer el éxito o el fracaso de su gestión.
A Alejandro Gaviria hay que agradecerle que haya tenido la valentía de llevar la contraria. Seguramente la historia le dará la razón.