Las pruebas PISA son una evaluación del desempeño educativo de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE; en ella participaron este año algo así como 700.000 estudiantes. Era la primera prueba después de la epidemia del Covid19.
Las preocupaciones en torno a las consecuencias de esa crisis global en la educación no habían sido suficientemente contrastadas hasta ahora; tal vez por eso el anuncio de los resultados cobró mucha más expectativa.
Hay que señalar que la importancia que las sociedades modernas le otorgan a la educación quedó demostrada con la prolija sucesión de noticias, comentarios y opiniones que surgieron alrededor del acontecimiento.
El mismo presidente Petro convocó una rueda de prensa en el Palacio de Nariño y en el tono pontifical que casi siempre usa, presentó los resultados de las pruebas para Colombia sin dejar de auto elogiarse por los de Bogotá que él asume, sin más, como logros de su gestión como alcalde.
Lo cierto es que Colombia con muy escasas variaciones sigue rezagada en este espacio de la OCDE. Sin embargo, un dato que habrá que analizar con juicio, nos dice que fuimos uno de los países que menor impacto negativo sufrió con la pandemia. En principio parece cierto eso de que somos resilientes a las crisis.
Los resultados, sin embargo, no dejan de ser decepcionantes; en matemáticas, el 71% de nuestros estudiantes quedaron por debajo del nivel considerado como mínimo para “participar plenamente en la sociedad”; en ciencias y lectura crítica, ese porcentaje es del 51.
En cuanto a la estratificación de la calidad, las pruebas nos dicen que seguimos teniendo un modelo educativo que profundiza la inequidad: en matemáticas, por ejemplo, los alumnos del país en el 25% inferior de la distribución socioeconómica, obtuvieron, en promedio, 79 puntos menos que sus pares del 25% de estrato socioeconómico más alto; geográficamente también hay grandes diferencias: a Bogotá le va mejor que al resto del país, y los centros urbanos salen mejor librados que la periferia.
Es decir, que el instrumento por excelencia para generar equidad e igualdad de oportunidades en las sociedades modernas, en Colombia, está profundizando las brechas sociales en cuanto que hay educación de mejor calidad para los ricos que para los pobres lo mismo que mejor educación para los habitantes de las ciudades que para los habitantes del campo.
Lo único que contradice la afirmación aparentemente inapelable del presidente Petro según la cual “el modelo educativo colombiano, fracasó” es que hemos avanzado, como lo reconoce el mismo informe, en cobertura. El desafió es avanzar entonces en calidad.
El plebiscito de 1957 ordenó priorizar el gasto público en educación; lo hizo también la Constitución de 1991 al fijar la distribución de los Ingresos Corrientes de la Nación. La inversión en Educación desde mediados del siglo pasado, ha sido, por tanto, incremental año a año. El mayor rubro del Presupuesto General de la Nación, hoy se aplica al sector Educación.
¿Entonces por qué no levantamos cabeza? Entre otras cosas porque tenemos grandes ineficiencias en la ejecución del gasto público en educación. Cualificación y dignificación docentes, mejor infraestructura física y tecnológica, clara identificación de los propósitos de formación y pertinencia, son elementos, entre muchos otros, de forzosa consideración, si le vamos a apostar a la calidad de nuestro sistema educativo.
En Colombia hay ejemplos que replicados, podrían ayudarnos a desbrozar el camino.
El Gobierno acaba de presentar al Congreso un proyecto de ley que pretende convertir la educación en un derecho fundamental; ¿es suficiente esta iniciativa para reorientar hacia donde debe ser nuestro sistema educativo? Me late que será un paliativo casi inútil en un país donde la Corte Constitucional viene declarando recurrentemente el Estado de Cosas Inconstitucional porque los derechos fundamentales aquí no se respetan, empezando por el derecho a la vida. Nos queda debiendo el Gobierno una verdadera propuesta de reforma que nos permita hacia el futuro levantar cabeza.