Que yo recuerde, hace muchos años, la instalación de un segundo período de sesiones ordinarias del Congreso no despertaba tantas expectativas. Y digo segundo, porque esto ocurre cuando los Gobiernos llevan apenas un poco menos de un año de haberse entronizado.
Al margen de la circunstancia de haberse roto la línea política en la sucesión presidencial, con la llegada de un presidente de izquierda, estos suelen ser tiempos calmados, llenos de expectativas, de proyectos en construcción e intensa actividad legislativa.
Al comenzar las sesiones del segundo período, las discusiones sobre los ejes centrales del plan de gobierno, o ya han concluido con éxito, o avanzan con la razonable expectativa de una administración que va tomando velocidad de crucero, guiada por un equipo de trabajo que se va consolidando, y al galope de un Primer Mandatario que no ha perdido todavía mucha popularidad.
Descontadas las singularidades del momento político-ideológico, lo cierto es que hoy se viven momentos distintos: una agenda legislativa virtualmente paralizada como consecuencia del rompimiento de la coalición de gobierno, una administración terriblemente inestable por los cambios de muchos de los ministros, y una popularidad del presidente en picada.
Ni las apelaciones al pueblo, ni las actitudes confrontacionales del presidente frente al Congreso, la prensa y los gremios, han podido sacar al Gobierno de esa especie de inercia que se lee en clave de una bajísima ejecución presupuestal y la consecuente parálisis de muchos proyectos estratégicos.
Al parecer el Dr. Petro ya entendió la necesidad de superar esa inercia; su discurso del jueves tuvo un tono conciliador: llamó a un acuerdo nacional, habló de la necesidad de ceder para poder llegar a consensos y le reconoció al Congreso toda la legitimidad que en otros espacios le ha pretendido cercenar.
Pero las cosas no están fáciles; algunos mensajes equívocos sobre el conflicto armado, la seguridad ciudadana y la paz, la mención de que, a Irene Vélez, ministra de minas la tumbó la transición energética y no sus indelicadezas, y que la agenda legislativa va muy bien porque Congreso solo le ha negado un proyecto de ley, el de la de reforma laboral, porque los otros van bien, no ayudan en el propósito de crear condiciones para superar la inercia.
Y la prueba más inobjetable de que eso es así, fue la elección de Iván Name como presidente del Senado: no era el candidato del Gobierno, no fue propuesto por la Coalición Centro Verde Esperanza que tenía, de acuerdo con los pactos de hace un año, el derecho de hacerlo, y no votó por Petro para presidente, según dijo.
La elección de Name convocó a los partidos independientes y de oposición, Centro Democrático, Conservador, la U, Conservador y Cambio Radical, y le dijeron a Petro que no están dispuestos a seguir sus orientaciones en temas internos del Senado.
La elección de mesas directivas del Congreso es un asunto de la mayor importancia para cualquier Gobierno; de la elaboración del orden del día, por ejemplo, que es potestad del presidente de cada Corporación, depende el avance o no de la agenda legislativa y por lo tanto la priorización de los asuntos más importantes.
Algo para destacar de este ritual que se celebra cada año, el talante democrático del Presidente, que se quedó a escuchar, paciente y atento, las intervenciones de la oposición que replicaron su informe, (Duque se retiró hace un año y no quiso escuchar la réplica, que es un derecho consagrado por la ley para los partidos de oposición); aunque pareciera un acto meramente formal, tiene contenido; significa respeto al contradictor, acatamiento a la ley y disposición de escuchar para después, ojala, conversar y pactar.