Con ocasión de la reciente renuncia de Luis Roberto Rivas a la gerencia de la Industria Licorera de Caldas, los caldenses hemos vuelto a hablar de esta empresa. Ha dejado Luis Roberto un excelente balance después de más de 6 años de gestión. Sin perdernos en las cifras, sí digamos que la Licorera hoy vende mucho más, que ha diversificado las categorías de sus productos, que ha ampliado mercados nacionales e internacionales, que tiene reconocimiento en los ámbitos empresariales, que ha gozado durante todo este período de absoluta paz laboral y que ha modernizado su planta e incorporado las mejores prácticas en tecnología, modelos industriales y administrativos, de auditoría, control, y gestión ambiental. Hoy, gracias a esa gestión, los caldenses tenemos mejor financiadas las políticas públicas de y salud, es decir, el desarrollo humano.
Los colombianos, por cuenta de la tozudez de los hechos, nos hemos acostumbrado con razón a desconfiar de casi todo, en especial de lo público. Las empresas industriales y comerciales del Estado han tenido en general unos resultados desastrosos. Y no solo aquí si no en todo en el mundo. Las economías nacionales centralmente planificadas se derrumbaron a finales de la década del 80, cuando cae el muro de Berlín y se colapsa la Unión Soviética. Se habló entonces del fin de la historia, del imperativo de un Estado pequeño, de la soberanía del mercado y del pensamiento único. Hizo crisis el Estado de Bienestar y se inició el vértigo de las privatizaciones. Los teóricos de este nuevo catecismo pudieron probar con solvencia la ineficacia del Estado como proveedor de muchos bienes y servicios, y por ese camino el Estado virtualmente se desmanteló. En Colombia fue en los comienzos de la década del 90, gobierno de César Gaviria, cuando se iniciaron las privatizaciones. Además de las corrientes de pensamiento que en este sentido circulaban a nivel universal, el acicate que estimuló el proceso en Colombia fue, además, la grosera ineficiencia de las empresas estatales y la corrupción que de manera imparable empezó a cooptar vastos sectores de la institucionalidad pública, aupada, además, en esos años, por el narcotráfico en ascenso.
Las primeras empresas en quedar en evidencia fueron las licoreras; su gestión por parte del Estado evidentemente había fracasado, con el consecuente desmedro de las políticas públicas de salud y educación que derivaban (y derivan) su financiamiento en buena proporción, de sus excedentes. Como la ineficiencia está atada a la corrupción, muchos fueron los escándalos que les agregaron razones al Gobierno para liquidar dichas empresas. Antes que desregular sus mercados y arrebatárselas a la politiquería, los gobiernos, en este caso regionales, con directrices nacionales en materia de indicadores, prefirieron liquidarlas.
En Colombia existieron en su momento más de 13 empresas de licores. De ellas solo quedan 6 o 7. Y la de Caldas se perfila como la de mejor comportamiento y resultados en la actualidad. Estuvo durante muchos años en la cuerda floja, y en su momento también se quiso liquidar o privatizar. La corrosiva corrupción se enseñoreó de ella por mucho tiempo. Todavía los caldenses recuerdan ese otro gran escándalo que aún nos avergüenza frente al país, “el robo a Caldas”. Funcionarios que tuvieron su nicho de nuevos-ricos allí, y varios gerentes condenados por la justicia, fueron los insumos de quienes pretendieron justificar su venta hace muy pocos años.
No dudo en calificar la gestión de Luis Roberto Rivas como ejemplarizante: asumió la gerencia de la empresa en un momento crítico cuando puesta su situación en “blanco y negro”, la conclusión fue que no era viable; contribuyó de manera definitiva a consolidar convenios como el que se firmó entre Antioquia y Caldas, para abrir fronteras comerciales en tiempos de cerrazón comercial, y resistió con valentía las aparentemente justificadas críticas de quienes pensaron que era una apuesta demasiado arriesgada para nuestro departamento y nuestra empresa, tuvo el carácter suficiente, siendo un hombre de la política (fue alcalde y diputado), para no dejarse influir por las presiones electorales de los dirigentes de la región al momento de conformar su equipo directivo, fue un demócrata en el manejo de las relaciones con la combativa organización sindical de la empresa, fue lúcido y visionario al descubrir nuevas oportunidades en los mercados de licores, hoy más libres y por lo tanto más complejos, fue sensato y asertivo al conformar un excelente grupo de funcionarios y contratistas integrado en su mayoría por jóvenes y talentosos caldenses.
El acuerdo de gobierno corporativo fue sin duda un gran acierto de Luis Roberto; encontró eco por fortuna en la mayoría de diputados de la Asamblea de Caldas que aprobaron para la Licorera un nuevo marco institucional que, si bien no la libra del todo de tiempos aciagos que podrían como en cualquier democracia precaria, sobrevenir, sí la protegen por ahora de las garras de la politiquería y el clientelismo. Nos corresponde a los caldenses vigilar para que esos tiempos no regresen.
La Licorera hoy nos enorgullece.