Después de la primavera de 1945, se percibía en gran parte de Europa del Este un ambiente de zozobra tras años de guerra y ocupación nazi, cuando una nueva amenaza se cernía sobre estos pueblos, especialmente en la devastada Rumania, uno de los países más terriblemente heridos durante la carnicería humana que fue la Segunda Guerra Mundial. Llegaban en hordas, aún ebrios de la victoria sobre los alemanes y sus aliados, miles de soldados soviéticos para ocupar el territorio cárpato y con ellos cientos de comisarios políticos al servicio de Stalin con la misión de instaurar, con pulso de hierro, la disciplina comunista.
La consolidación de la hoz y el martillo en Rumania se caracterizó por registrar, en los anaqueles de las demencias humanas, uno de los capítulos más escabrosos de la tortura como método de sometimiento del espíritu humano a una idea política. En Pitesti, un reclusorio a pocos kilómetros de Bucarest, la capital, se estableció, para vergüenza de la humanidad, uno de los más sofisticados centros de tortura psicológica de la que se tenga registro alguno. Los comunistas rumanos, muchos de ellos antiguos miembros de la Guardia de Hierro, una organización fascista que había combatido junto a italianos y alemanes durante la guerra, implementaron en Pitesti un mecanismo de reeducación ideológica de presos, generando enajenados mentales de absoluta fidelidad a las ideas estalinistas. Para ello, se empleaban métodos de reducción del espíritu, convirtiendo a los castigados reos en auténticas piltrafas de humanidad cuyas voluntades se lograban anular en su totalidad. Muchos de los internos que sobrevivieron a Pitesti terminarían suicidándose o enloquecerían en los años posteriores.
El oprobio construido por los comunistas en Pitesti, fue documentado por el escritor rumano Virgil Ierunca, sobreviviente a varios años de presidio allí, quien consignaba así en su obra “El fenómeno de Pitesti” algunas de las desgracias que los detenidos cristianos tenían que padecer en el reclusorio: “ La imaginación –del torturador- se desataba contra los creyentes que no querían renegar de Dios. Algunos eran bautizados todas las mañanas del siguiente modo: se les sumergía la cabeza en cubos llenos de orines y restos fecales. Para continuar indefinidamente con el suplicio les sacaban la cabeza para que pudiesen respirar y volvían a hundírsela en aquel magma”, continuando su relato, Ierunca realiza una ampliación de las más atroces infamias, las cuales provocaron el despojo de las convicciones más profundas e íntimas de cerca de cinco mil vidas que allí conocieron el sufrimiento.
La memoria ha significado, especialmente en golpeadas sociedades como la rumana, auténticos actos de resistencia y de feroz lucha contra la no repetición, un ejemplo colectivo del cual en Colombia debemos tomar atenta nota. Pitesti y su infame legado para la civilización, ha sido un permanente recuerdo en Rumania y evidencia para las futuras generaciones los horrores a los cuales los extremos de la política pueden conducir a pueblos enteros; es cómplice para la memoria, la literatura, la pintura, el teatro y por supuesto, el cine, válvulas de escape para las víctimas y sus anhelos de justicia simbólica.
En 2022, la joven directora Victoria Baltag estrenó la cinta: “El Experimento Pitesti”, un trabajo de doce años y juiciosa investigación que recopila la historia de Hermann, un joven inmerso en los métodos de reeducación de Pitesti -una auténtica máquina del terror-, recompilando así la esencia de los hechos de sadismo ocurridos en el presidio comunista rumano entre 1949 y 1952. La Feria de Cine de Manizales –FICMA-, que en 2024 cumplirá quince (15) años como baluarte cultural de la ciudad, ha desarrollado con creces la función social de ser un instrumento de la memoria colectiva a través del cine. En esta misión, el próximo 11 de noviembre se realizará en el teatro los Fundadores, la proyección de esta película. Esta no será una proyección corriente. Baltag, junto al actor rumano Cristian Priseracu, vendrán a Manizales y en un esfuerzo conjunto con la Embajada de Rumania en Colombia, compartirán con los cinéfilos locales esta dramática y muy humana pieza del cine rumano.
Para todos los amantes de la cultura en la ciudad, esta proyección será una gran oportunidad de dar un tremendo espaldarazo a FICMA es sus festejos de sus tres lustros, como también será un magnifico espacio para iniciar, por medio de la diplomacia cultural, vínculos fraternos y de amistad con Rumania, país que tiene mucho que compartir con Manizales y su agenda cultural. Bienvenidos al cine.