El canibalismo es una de las más deplorables características del pueblo caldense, y uno de los factores determinantes para que un departamento que logró relevancia nacional, hoy esté rezagado y relegado al olvido. Porque no existe un enemigo más peligroso para un caldense exitoso, que otro caldense frustrado u otro coterráneo que se sienta incapaz de superarse. No existe una plaga peor para un caldense que se destaque en cualquier lid pública, que otro caldense mediocre y, por ende, impotente para emularlo.
Y la política es, tal vez, el escenario donde podemos apreciar con mayor claridad ese defecto. Veamos, por ejemplo, tres muestras claras de lo aquí dicho en personajes caníbales que, en mala hora, lograron algún protagonismo y se dedicaron a destruir a Caldas pensando que, con esa táctica, podrían destruir a su enemigo personal:
Santiago Osorio Marín: representante a la cámara, quien llegó a su curul mediante una campaña sucia, mezquina, plagada de corrupción, constreñimiento, mentira, manipulación, cinismo y alarde de “voltiarepismo” y deslealtad. ¿A qué ha recurrido hoy, en medio de una pasmosa soledad en la cual ni sus mismos colegas lo tienen en cuenta? ¡A la calumnia, el insulto y la bajeza! Sintiéndose ignorado por el pueblo caldense que, en un momento de emotividad y estupidez lo eligió, está dedicado a torpedear los proyectos del departamento en busca de desprestigiar al gobernador, sin medir las consecuencias sociales y económicas para su tierra y, mucho menos, sin medir las consecuencias legales que se puedan derivar de su irresponsabilidad y visceralidad. ¡Seguro lo veremos obligado a retractarse nuevamente!
Camilo Gaviria Gutiérrez: diputado por consolación, nunca pudo asimilar su derrota en las urnas y desperdició su período de cuatro años sin un solo aporte positivo o constructivo. Se dedicó a hacer acusaciones vagas, infundadas, pueriles, irresponsables y vergonzosas en contra del gobernador, tratando de “sacarse la espina” por su derrota, pues se creía ungido y llegó a pensar que, por mandato Divino, la gobernación estaba predestinada para él en este período, por lo que se sintió usurpado cuando la democracia lo derrotó estruendosamente. Sus intervenciones en la asamblea y en las redes sociales destilan impotencia, rabia y venganza, y está dedicado también a torpedear los grandes proyectos caldenses con el absurdo propósito de destruir a Luis Carlos Velásquez: su supuesto “usurpador”. Tal vez Camilo debería pensar que, antes de acusar sin fundamentos ni pruebas, tiene muchas explicaciones que dar sobre su campaña, los dineros que la financiaron, los aportes recibidos de personajes hoy jurídicamente procesados, las alianzas urdidas con cesión de principios, valores y ética, y los intereses que lo mueven a tratar de obstruir proyectos como Aerocafé, plan de vivienda departamental y demás iniciativas que tiene en su mira y que irresponsablemente ataca pensando que, con ello, logrará calmar su obsesión por su enemigo.
Mauricio Londoño Jaramillo: diputado del que no hay mucho para decir, aparte de que su oposición es irracional, desteñida, de máxima pobreza intelectual y baja en sustentos probatorios. Porque cuando alguien tiene que acudir a desinformaciones tendenciosas o a allanar la vida personal de sus enemigos y a adentrarse en chismes de alcoba, hogar o íntimos del contendor, se vuelve un rival débil, falto de credibilidad y desestimable como contrincante. Tan aburridor que no genera ni preocupación.
Estos son tres personajes que se dedicaron a destruir los proyectos de Caldas de una manera irresponsable y, en su propósito, han sido capaces de acudir a las más grandes bajezas, haciendo gala del canibalismo irracional.
El mismo canibalismo que se desborda atacando a Mauricio Lizcano, por tener la mayor representación caldense en el gobierno nacional y quien, hasta hace muy poco era buscado como aliado por Camilo Gaviria y el clan Marín-Osorio, hoy amiguitos entrañables. Es decir, un personaje que pasó a ser un demonio para ellos, por el solo hecho de adquirir poder y no ponerlo a su servicio.
Es absurdo que los caldenses, en lugar de aprovechar las oportunidades que nos da la cercanía de nuestros coterráneos con el poder, nos dediquemos a atacarlos para tapar con ello la propia mediocridad.