Con zancadas silenciosas, lentas, sigilosas y de una peligrosidad máxima, se sienten nuevamente las andanzas de intereses foráneos por apoderarse de una de las empresas más robustas que tiene su asiento administrativo en el departamento de Caldas, como es Gensa S.A. E.S.P.
Porque Gensa, que muchas veces pasa desapercibida para el ciudadano del común es, en realidad, una fortaleza que los caldenses hemos edificado y defendido en el tiempo. ¿Y qué podría ser tan llamativo para los intereses ajenos? Gensa se creó como Hidromiel para liderar la construcción de la Hidroeléctrica Miel I, y hoy su principal activo es la central térmica a carbón Termopaipa, además de expandir sus actividades de generación de energía en Mitú, Bahía Solano, Inírida y Bahía Cupica. Pero incursiona además, con gran éxito, en un programa de transición energética con granjas solares en Inírida y Mitú, e inicia la construcción de una pequeña central hidroeléctrica en Samaná (Caldas). Su ocupación laboral alcanza los 380 empleados distribuidos en Manizales, Paipa, Inírida, Mitú, Bahía Solano y Bogotá. Es, en realidad, tan apetecible para quien quiera abusar de los recursos públicos, como rentable y generadora de oportunidades y riqueza social para quien asuma su manejo con entereza, honestidad y pulcritud.
De ahí que en nuestro departamento se considere a Gensa como la empresa que hay que proteger, rodear, guardar y conservar pues es tal vez el último vestigio del emprendimiento de los caldenses, luego de habernos dejado despojar o arruinar los grandes emporios públicos y privados como Chec, ISA, Banco de Caldas, Aces, Tejidos Única, Corporación Financiera de Caldas, Arrow, la industria Fosforera, Cementos Caldas, etc. Repito: es Gensa tal vez el ícono que representa la pujanza caldense y el prototipo de lo que fuimos hace algunos años como emprendedores, relevantes ante la nación y poderosos en el sector financiero, industrial y comercial.
Por eso este llamado a nuestra clase política para que formen un cerco que siga protegiendo a Gensa de intereses oscuros y de las amenazas que se ciernen sobre su permanencia en este departamento. ¿Y por qué a la clase política? Porque el 93 % de sus acciones pertenecen al Ministerio de Hacienda, luego el Gobierno Nacional tiene el poder dominante y decisorio y es, entonces, nuestra fuerza parlamentaria la llamada a protegerla, custodiarla y encargarse de que permanezca en Caldas. Es hora de que el senador Guido Echeverri y los representantes Juana Carolina Londoño, Wilder Escobar, Octavio Cardona y Juan Sebastián Gómez unan sus manos alrededor de esta empresa y muestren su casta en defensa de nuestros intereses.
Pero además, hora de que Mauricio Lizcano, quien por su oficio tal vez ostenta la mayor cercanía con la Presidencia de la República, saque a relucir su capacidad de gestión y su verdadero poder de representación, para derrumbar de una vez por todas el peligro que nos acecha. Es hora, Mauricio, de proteger con contundencia lo que los caldenses hemos construido y defendido en el tiempo.
Pero esa defensa no debe quedar solo en la permanencia de la empresa. Debe ser integral y vigilante para que se proteja con ahínco su desempeño social, pues nada nos ganamos con tener asegurada esa fortaleza para inundarla de corrupción o desgreño. Y la administración actual ha demostrado con solvencia que puede garantizar ambas cosas: un alto y fructífero desempeño empresarial y social, y un correcto manejo financiero, organizacional y contractual. Y aquí va mi segundo llamado a la clase política del departamento: a que antes de tratar de apoderarse individualmente de la empresa para sus intereses, logren rodearla de esfuerzo conjunto, colaboración, ayuda, respeto y grandeza. En la medida en que estas grandes empresas se fortalezcan, el departamento puede volver a tener una voz fuerte en el entorno nacional.
Los caldenses no podemos seguir dejándonos despojar de las riquezas. Ya hemos declinado en un todo, incluida nuestra vocación, como para permanecer en silencio ante una nueva andanada de intereses foráneos. Tenemos que despertar de este letargo que nos ha traído como consecuencia el asumir la muerte de nuestras grandes empresas como algo normal; y el ver un paisaje empresarial cada vez más lúgubre y desolado por culpa de nuestra propia indolencia.