Hace exactamente cuatro años, mientras el entonces candidato Carlos Mario Marín lloraba arrodillado ante los incautos habitantes del barrio San José; o recorría la ciudad en buses y busetas prometiendo ser el cambio; o se vestía de verde arlequín para atraer a esperanzados jóvenes de su generación; o se paseaba en una camioneta supuestamente “anticorrupción” posando de honesto y salvador; o montaba en su bicicleta como mico de circo atrayendo desprevenidos ciudadanos; o asistía a cultos de diferentes religiones declarándose devoto de la que le correspondía en su día; o hacía gala, en fin, de sus dotes histriónicas con las que ocultaba la mentira, falsedad y perfidia que lo caracterizan; mientras eso pasaba, repito, advertíamos el peligro de caer en las fauces de este lobo disfrazado de oveja, y develábamos la realidad que encarnaba al ser más siniestro que ha ocupado la alcaldía de Manizales.
Porque detrás de esa fachada de niño rollizo, rozagante y con ojos de inofensivo y tímido adolescente, se escondía un ser maquiavélico y perverso, y una mafia voraz que sabía que se la tenía que jugar toda, sin escrúpulos ni conmiseración, para conseguir el poder y repartirse una torta pública que, amparada en la complicidad de los órganos de control y de justicia, les quedaría servida y a sus anchas para dilapidarla con fruición. Una vez obtuvieran el triunfo, solo tendrían que reunir las mayorías del concejo y la fiesta sería completa. ¡Y esa mafia sabía como hacerlo, pues conocían con exactitud la concupiscencia de los concejales, quienes terminarían sirviéndole en bandeja de plata la totalidad del presupuesto, más las adiciones que se le antojaran!
Se predijo entonces; se anunció con insistencia; se avisó con altavoz; se previno con fluidez; y se señaló con argumentos. ¿Y qué obtuvimos? Lo que hoy lloramos, padecemos, sufrimos y nos avergüenza: el peor gobierno en la historia de la ciudad y el apoltronamiento de un alcalde que vive fuera de la realidad; con la adehala de un primo más perverso aún, pero más solapado, si se quiere, que el propio mandatario.
Cuatro años de destrucción de una ciudad hidalga; cuatro años de irrespetos, saqueos, pérdida de valores, tristezas, desengaños, sufrimientos y retrocesos. Cuatro años que ocasionaron que Manizales retrocediera en el tiempo y se paralizara en su desarrollo. Cuatro años de involución que, tristemente, es directamente proporcional al enriquecimiento personal de sus causantes.
Y esto podría considerarse simplemente anecdótico u ocasional, o como un error democrático a punto de terminar, si no fuera porque el peligro no cesa y, por el contrario, se acrecienta. Porque el cinismo del alcalde y su primo parece no tener límites. Y, junto con quienes los secundaron para apoderarse de la ciudad y acabar con sus esperanzas, se sienten hoy con la autoridad para aspirar a seguir en el gobierno y hasta para ampliar su poder a todo el departamento. ¡Qué vergüenza! ¡Qué deshonor! ¡Qué ignominia!
En una sociedad decente, Carlos Mario Marín y su primo, Santiago Osorio, deberían estar empacando maletas para salir, cabizbajos, por la puerta de atrás de la ciudad. Pero, al contrario, hoy se presentan mas altivos que nunca, y en lugar de un acto de contrición o de arrepentimiento por sus desafueros y desgreños, se gastan millonarios recursos en publirreportajes donde acomodan cifras y presentan balances mentirosos que terminan siendo insultantes por lo descarados y falaces.
Repito: el peligro nos acecha hoy más que hace cuatro años. Porque en ese entonces esta mafia no tenía a su merced el presupuesto, la burocracia y la contratación que hoy tienen, ni se había ensayado en el arte del constreñimiento como ya lo hizo con notable éxito. Si la sociedad no reacciona tendremos que resignarnos a ver en pocos años a una Manizales totalmente destruida y ya sin esperanzas, y a Caldas en iguales condiciones de las que padecemos hoy en la ciudad.
Se está advirtiendo con tiempo. Tenemos que recuperar a Manizales de las garras de esta perdición, y salvar a Caldas de la mafia inescrupulosa que hoy la acecha. En el voto está el poder.