Las marchas de este miércoles 6 de marzo son de un hondo significado para el país. Y no solo por lo masivas, numerosas, organizadas y sentidas, sino porque además de dejar manifiesta la inconformidad de una gran mayoría de ciudadanos con el Gobierno, son la demostración de que puede haber disenso sin necesidad de violencia, y explosión social sin quemar vivos a los policías, destruir la infraestructura pública, deteriorar la estética de las ciudades, vandalizar negocios comerciales, asaltar bancos ni secuestrar magistrados.
Se demostró que esa gran mayoría de colombianos que rechazamos las erráticas políticas del Gobierno nacional y sus viscerales decisiones, respetamos la democracia, la institucionalidad, la Constitución y la ley. Sabemos que el Gobierno fue elegido en las urnas y que el pueblo tiene los dirigentes que se merece, independientemente de su ineptitud, autoritarismo, pasado maculado y fétido, malas maneras, despotismo y corrupción. Que estemos obligados a padecer este Gobierno por 29 meses más es indiscutible, pero el pueblo está en la libertad de advertir que no va a permitir que se extienda en el tiempo por vías de hecho, ni que imponga un reemplazo que continúe ahondando el desastre al que nos tiene sometidos.
El grito masivo de ¡Fuera Petro!, que es ya recurrente en todo tipo de encuentros públicos y privados, inundó las calles el miércoles ante un Gobierno sordo y ciego, y ante su ira porque ni trasladando indígenas, obligando a estudiantes del Sena o aliándose con el magisterio ha podido reunir el 5% de lo que se vivió en esta manifestación. Y este es otro gran significado: el pueblo libre salió a marchar sin dádivas, sin contraprestaciones, sin obligaciones, sin constreñimiento, sin amenazas… Salió a manifestar su inconformidad con este “Gobierno del cambio” que resultó ser peor que lo que supuestamente proponía erradicar, y más corrupto y descarado que lo que dice combatir.
Es el pueblo puro, simple, dolido y herido que protesta por los constantes maltratos del Gobierno; por las aberraciones y descaros que se presentan a diario; por los retos y bofetadas que recibe de un Gobierno que día a día toma decisiones en contra de la lógica, la decencia y el pudor, mandando el mensaje de que es un todopoderoso, al que poco le importa la ley y para el que las normas no se respetan, ni los procedimientos se cumplen; por la certeza de que vamos para el despeñadero y no hay forma de que escuche razones ni atienda argumentos; por la implementación de un fascismo en Colombia que está acabando con la institucionalidad y deteriorando los valores democráticos. Es el pueblo puro que salió a las calles a gritar pacíficamente que no está dispuesto a que este neonazi se perpetúe en el poder.
Y es el mismo pueblo que, por eso, está dispuesto a reventar las urnas en los próximos comicios para erradicar en democracia este cáncer presidencial que hace metástasis en todos los estamentos del Estado. Pero, mientras tanto, seguiremos levantando la voz y diciendo ¡Fuera Petro!, como demostración de que los millones de colombianos víctimas de sus despropósitos aprendimos una lección que no podremos olvidar: la indiferencia solo ocasiona que la perversión nos domine a su antojo, y ésta siempre estará al acecho de cualquier descuido para entronizarse en el poder y tratar de perpetuarse.
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Dos nombramientos sacudieron el país esta semana: Gustavo Bolívar en Prosperidad Social y Alexánder López en el Departamento Nacional de Planeación. El primero, es un bachiller a quien las cifras grandes solo le caben en la cabeza para gastárselas en bagatelas, lujos o financiación de mingas; y el segundo, debuta reconociendo que es totalmente lego en matemáticas y, así y todo, asume la responsabilidad del manejo de un Departamento que tiene que ver con todas las decisiones económicas del país. ¡Esto también es corrupción! Estas son las bofetadas que Petro sabe propinar para demostrar su poder y autoritarismo. Él necesita funcionarios sin argumentos para refutarles sus ordenes, y ellos, serviles, seguramente ejecutarán los disparates presidenciales sin chistar. ¡Dios mío!