Dentro de las características de los progres que aún defienden la cloaca que es el actual Gobierno nacional, y que tratan de ocultar las evidencias que salen a flote cada día, están la intolerancia y el desespero generados por la imposibilidad de argumentar a favor de la mayor equivocación en la historia de Colombia: haber elegido a Petro como presidente. Y como no tienen la razón, gritan. Y gritan a través de los hechos violentos, de las ofensas e insultos, de la destrucción de los símbolos patrios, del derrumbe de monumentos, de los grafitis asquerosos en fachadas públicas y privadas, de la intimidación y las amenazas, y de artículos de prensa que pretenden, paradójicamente, coartar la libertad de expresión.
Pero son ellos, precisamente, quienes más reclaman derechos, tolerancia y respeto por sus actos. Son quienes imponen sus pensamientos utilizando todas las formas de lucha, y quienes se unen subrepticiamente para tratar de acribillar a sus contradictores. Son terroristas mediáticos que no toleran la verdad y tachan entonces de falsedad, mentiras o vulgaridad todo lo que vaya en contra de sus intereses. Son quienes, para defender sus supuestas libertades, están dispuestos a avasallar a quienes no piensan como ellos, y a desterrarlos violentamente de los escenarios donde pueden exponer sus razones, porque no admiten una acusación directa ni una demostración probatoria. Se sienten sepulcros blanqueados que, como nunca son enfrentados, piensan que su verdad es la de todos, y que la sociedad entera les tiene que rendir pleitesía y temerles o reverenciarlos.
En verdad, son progres que carecen de argumentos y tienen entonces que acudir al señalamiento ofensivo en contra de medios, periodistas, columnistas y opinadores a quienes rehúsan enfrentar en un debate, porque el riesgo de perderlo es todo. Entonces vuelven a gritar, y lo que demuestran es su debilidad y mediocridad. Pobres. Hay, por ejemplo, un respetado ortopedista y columnista que parece querer reencaucharse en los medios a través de la generación de una nueva polémica pública, y pretende enfrascarse en una discusión personal con este columnista. Le voy a dar gusto y le contesto lo siguiente: mis términos siempre son concretos, directos, con nombre propio, y sin eufemismos ni disimulos. Siempre actúo con pruebas y por eso no tengo remordimientos en mis posiciones que, en lo que a él concierne, las ratifico del todo.
Otra cosa es que a él le disguste que yo sea un antipetrista con causa; que opine en mis artículos lo que millones de colombianos quisieran hacer y no pueden; que deje en evidencia con absoluta claridad el infortunio que tiene Colombia con un presidente de la calaña de Petro; y que no me tiemble la pluma para decir, en concreto, lo que otros tantos colombianos dicen en secreto para no ser vapuleados como lo soy yo a diario; y no solo por columnistas como él, sino además por actores más violentos que, aupados por sus diatribas y para censurar la verdad, pretenden acabar con mi vida y la de mi entorno.
Alguna vez le dije al ortopedista que era un obtuso. Hoy se lo repito y con mayor ahínco. Porque solo un obtuso puede seguir defendiendo la aberración, desgreño, cinismo y descaro del Gobierno Petro, así las evidencias sean tan claras como las que tenemos a diario en todos los medios de comunicación. Y solo un obtuso puede pretender públicamente hacernos creer que son los medios los equivocados cuando solo con ver nuevamente las tomas guerrilleras, o los narcoterroristas inaugurando carreteras y puentes, o al propio Gobierno imponer el método de la mermelada para disfrazar de democráticas las leyes, tendríamos para aceptar que el presidente de Colombia es desastroso y, si guardamos silencio (como él parece pretender), el futuro nuestro será aún peor.
Por mi parte, le repito al ortopedista una frase del Maestro Valencia que antes tuve oportunidad de citarle: “Yo también puedo conservar la sublime serenidad de las estatuas ante la insolencia fecal de los gorriones”. Y le cito una de Descartes: “Cogito ergo sum”. Así no lo crea. (Ja)