No tiene uno que ser un genio ni una lumbrera para comprender que Aerocafé es de una importancia mayúscula para nuestro desarrollo y progreso. Pero sí tiene uno que ser muy mezquino o perseguir demasiados intereses personales para torpedear un proyecto que, por ahora, tiene asegurada una primera fase con recursos en fiducia, CDP, actos administrativos irreversibles y activos tangibles convertibles en dinero. Y lo digo porque en el inicio de campaña electoral, se vuelven a sentir las reacciones de quienes creen que atacando el aeropuerto van a destruir al gobierno, y utilizan esta arma innoble como estandarte de campaña.
Es claro que Aerocafé ha tenido problemas suficientes para generar incertidumbre. Pero también es claro que muchas de las dudas se soportan más en las intenciones aviesas de quienes las producen; en intereses de quienes han querido ser los beneficiados con contratos de obra y han visto frustradas sus aspiraciones; en los huérfanos del proyecto que sintieron que podrían lucrarse de él eternamente; o en los vecinos regionales que han sabido minarlo ante instancias nacionales porque lo consideran un peligro para sus economías domesticas.
Porque una cosa es lo que se rumora, se publica, se vocifera e irresponsablemente se argumenta, y otra muy distinta la verdad documentada que muy pocas veces se consulta. Y es desde esta última fase (la verdad) desde donde deberíamos partir para que las cosas fueran diferentes. Porque ensombrecer, dañar, destruir, satanizar y poner en duda una obra es demasiado fácil, máxime cuando la impunidad cobija al atacante o al calumniador, o éste se escuda en una curul para posar de opositor sin mas fundamentos que su visceralidad o torpeza; pero recuperar la honra, el prestigio, el valor, o la fama es casi imposible, así los hechos terminen por demostrarse en el tiempo.
Pero, ¿a qué viene todo esto? Pues a que mientras los caldenses nos solazamos en destruirnos mediante el canibalismo que nos tiene en el atraso y la desesperación, dejamos pasar las oportunidades y desperdiciamos las ocasiones que se nos presentan. Por ejemplo, vamos dejando pasar las seguras influencias que tiene un hombre que creemos cercano al gobierno nacional, pues ha jugado como su mano derecha (¿o izquierda?) desde el inicio del cuatrienio: Mauricio Lizcano Arango.
Es hora, ministro, de que el gobierno nacional, que poco quiere a esta región, se documente con la verdad y asuma una posición en favor del proyecto pues, aparte de que existe la obligación legal de disponer de recursos debidamente apropiados, la voluntad política es fundamental para generar acción en las obras. ¡Esto hay que reiniciarlo ya! Y en el camino iremos hallando la mejor fórmula para asegurar la construcción de las diferentes etapas. Porque es mucho más fácil encontrar inversionistas privados (si se quiere llegar a una APP) si la obra está en ejecución o el aeropuerto tiene su primera etapa en funcionamiento, que si ofrecemos un lodazal sin norte ni futuro y, adicionalmente, rodeado de enemigos perversos que están prestos a torpedearlo para satisfacer sus compromisos personales.
Si, Mauricio: sus acciones hoy son más visibles que nunca para Caldas. Un departamento en el que ha vivido usted su carrera política y al que le debe compensar por su confianza voluminosamente demostrada en las urnas. Un político de su importancia y jerarquía (ganada en franca lid), no puede soslayar el compromiso que le debe a su pueblo; a ese pueblo que repetidamente ha confiado en usted su voto, y que conserva siempre la esperanza de que algún día sus obras se irrigarán en beneficio regional y nacional. Es no solo su oportunidad para brillar, ministro, sino la oportunidad de Caldas para tener un envión definitivo en esta obra que es esperanza de quienes propendemos por un Caldas dinámico, poderoso, desarrollado, competitivo y productivo.
El llamado es, entonces, a la clase política en contienda para que no utilice más el Aeropuerto para sus intenciones personales; y al gobierno nacional, para que le ayude a Mauricio Lizcano, un hombre tan cercano a sus afectos, a convertirse en el motor definitivo del sueño caldense: Aerocafé.