Alguien debe explicarle al economista Gustavo Petro que país que no crea riqueza, en especial en la industria y en el agro, y que además importa en exceso, tiene un futuro de subdesarrollo, desempleo, informalidad y pobreza. Agregarle que la mejor distribución de la riqueza también depende de su creación. Y decirle que en la base de todos los problemas de Colombia está que el producto por habitante es de apenas 6.657 dólares (2022), cuando los países desarrollados están por encima de 30 mil, hasta cien mil y más dólares.
Recordarle lo anterior porque, por su culpa, Colombia está inundada de acero importado de Rusia, China y hasta de Perú, y que desde octubre de 2023 hay reclamos de las siderúrgicas colombianas para que, según la ley, el Gobierno actúe, aumentando los aranceles a esas compras para disminuirlas, y nada se ha hecho. En contraste, hay decisiones de protección contra las impor taciones rusas y chinas en Estados Unidos, México, Brasil y Chile. Y son 12 billones de pesos y 45 mil los empleos, entre directos e indirectos, los que pueden perderse si se quiebran las siderurgias, con la certeza además de que si desaparecen, el acero importado se encarecerá.
De otra parte, desde febrero pasado, Ecopetrol venía en conversaciones con la OXY para, asociados, ampliar el negocio que ya tenían de producir petróleo en la cuenca del Permian, en Estados Unidos, diálogos que concluye- ron a finales de mayo, cuando acordaron que Ecopetrol accedería a otros 65 mil barriles de petróleo al día. Pero Petro, insistiendo en manejar a Ecopetrol como si fuera una tienda de su propiedad y contando con la alcahuetería de Ricardo Roa, utilizó el peso de su poder y desbarató la operación acordada, causándole un gran daño económico y reputacional a la petrolera colombiana, como puede constatarlo quien conozca el irritado reclamo de Vicki Hollub, CEO de la trasnacional, por la irresponsable reculada que Gustavo Petro le impuso a Ecopetrol.
Se confirmó además que Colombia tendrá que aumentar sus importaciones de gas desde 2025, a precios superiores que lo que cuesta la producción nacional, gas que no llegará de Venezuela -porque ni gasoducto hay-, sino seguramente de Estados Unidos. Una importación que estaba anunciada desde hace años y que Petro no intentó detener promoviendo una mayor producción de gas en el territorio nacional.
La última noticia sobre el gas es la decisión de Susana Muhamad, ministra de Ambiente, de parar el proyecto Komodo 1, de Ecopetrol, para producirlo en el subsuelo del mar Caribe colombiano, parálisis que no se sabe cuánto durará. Porque Gustavo Petro es el único presidente de país petrolero del mundo que ha sido capaz de afirmar: “bienvenidas las trasnacionales a Colombia, mientras no sea a petróleo” -y a gas, porque van juntos-, otra expresión de su infantilismo de izquierda que nada positivo nos genera a los colombianos y sí nos hace mu-
cho daño.
Como los economistas neoliberales, Petro también debe alegrarse de que su título de la universidad no sea revocable. Porque si la economía colombiana creciera al 3,5 por ciento por habitante al año, cosa que no sucede, pasarían cuarenta años para llegar a 30 mil dólares, un producto también bastante bajo para ese momento.