Entre los discursos malos de Petro, que son frecuentes, el de la COP16 en Cali es de los peores. Porque en un evento para tratar el muy grave problema ambiental de la pérdida de la biodiversidad de los países y la biopiratería de las trasnacionales sobre esos recursos, Petro no dijo nada al respecto, no obstante ser Colombia uno de los países más megadiversos del mundo y por tanto de los que más sufren por el saqueo de sus recursos naturales. Muy llamativo silencio que intentó ocultar con su retórica falaz sobre el cambio climático, imponiendo además la idea errada de que el calentamiento global es el único problema ambiental del mundo.
El mismo silencio sobre cómo se viene desconociendo la soberanía de Colombia sobre sus riquezas naturales guardó la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, porque tampoco se refirió a los objetivos de la COP16, negándose a hablarles a las delegaciones extrajeras y a los colombianos sobre un tema de tanta importancia.
Para sintetizar sus graves desenfoques, me remitiré a los autorizados análisis de Manuel Rodríguez Becerra, el primer ministro de Ambiente de Colombia, sobre el origen de la COP16 y la conspiración de los globalizadores neoliberales contra sus objetivos (1).
La COP16 se convoca con el importante objetivo de hacer realidad los acuerdos de la Convención de Biodiversidad (1993), firmada por 196 países, acuerdo que no fue ratificado por Estados Unidos –con lo que no se obliga a cumplirlo–, país cuyas trasnacionales posen la mitad de las patentes del mundo sobre recursos genéticos.
Y Estados Unidos tampoco ratificó el Protocolo de Nagoya (2010), que desarrolla la Convención de Biodiversidad, el único instrumento internacional que aborda de manera exhaustiva la diversidad biológica. Es obvio que la posición norteamericana, de no comprometerse con esos acuerdos, tiene como fin promover la biopiratería de sus trasnacionales y negarles todo derecho a los países sobre su propia diversidad biológica.
Tan evidente es la decisión de la Casa Blanca de apropiarse de la biodiversidad de Colombia y del mundo, sin pagar derechos, que en la revista norteamericana Drake Journal of Agricultural Law (2023), Gloria Soto publicó un artículo titulado “Piratería mediante patentes: cómo la ley de patentes de Estados Unidos facilita la biopiratería”.
En libro de mi autoría sobre el TLC con Estados Unidos (2006), en el capítulo sobre la biodiversidad y las patentes, explico cómo Colombia cedió ante la totalidad de las exigencias hechas por las trasnacionales norteamericanas, diseñadas para despojarnos de cualquier derecho sobre las plantas y los animales del país y poder patentar lo que se les antoje, patentes que además se imponen para convertir en monopolios los bienes que se produzcan y fijarles precios exorbitantes. 
Y el TLC tampoco les reconoció a los indígenas colombianos ningún derecho sobre sus territorios y tradiciones.
Pensándolo bien, no debe sorprender el inaceptable y sonoro silencio de Petro y Muhamad en la instalación de la COP16. Porque son los mismos empecinados en que en el Parque Natural Isla Gorgona se instale un radar militar norteamericano, que también les facilita a sus trasnacionales piratearse hasta el último gen existente en esa isla y en su mar.