Pronto estará en librerías mi libro número quince, titulado como este artículo. Memorias en las que narro cómo, ya hace 60 años, me dolía el subdesarrollo nacional, desgracia que todavía padece Colombia, mientras que otros países la han superado. Subdesarrollado un país con una riqueza natural enorme y con un pueblo famoso en el mundo como excelente trabajador.
Porque, por ejemplo, en 1960 Colombia creaba más riqueza que Corea y China y hoy está lejísimos de sus avances científico-técnicos y económicos, porque le imponen continuar “en vía de subdesarrollo”, con su capitalismo de escasos 6.657 dólares por habitante, casi nada en ciencia y llena de desempleados y pobres.
Y tras 80 años –¡80!– oyéndoles decir a liberales y conservadores –y a sus partidos hijastros– que obedeciéndole al FMI saldremos adelante, falacia que confirmaron la apertura y los TLC.
Sus 18 capítulos y 384 páginas empiezan con mis gratísimas infancia y primera juventud en Ibagué, hijo de una madre que jugó un papel clave en convertir en parque natural el campo
de concentración que hubo en Gorgona. Y a quien luego le tocó, ya en la universidad en Bogotá, el rock y el movimiento estudiantil de 1971, cuando en las universidades del mundo predominaban los sectores de izquierda, que aquí coincidieron en la idea de cambiar el país, pero en medio de serias contradicciones, en las que me decidí por responderles No a las siguientes preguntas.
¿Salirse de la órbita de Estados Unidos para pasarse a la de la Unión Soviética? ¿Acabar con la propiedad privada y estatizar la economía? ¿Rechazar la participación de los empresarios en el proceso transformador? ¿Apoyar la lucha armada de las guerrillas?
Posiciones que asumí como una decisión de vida, que incluyó renunciar a volverme rico y centrarla en la lucha política con visión de servidor público.
Narro mis 26 años de profesor en la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, ciudad sobre la que publiqué una historia bellísima y sorprendente. Y a la par fui uno de los dirigentes de la Unidad Cafetera, organización que triunfó en grandes luchas sociales porque unió a campesinos, indígenas y empresarios, con el importantísimo respaldo de la Iglesia Católica.
Esas luchas me hicieron senador, que lo fui por veinte años, sin convertirme en politiquero ni votar por uno que ganara la Presidencia. En el texto explico las causas de lo raquítica de la economía de mercado colombiana, yéndome hasta la herencia feudal española y demostrando cómo ningún gobierno ha intentado desarrollarla, problema fundamental que debe unir a sectores populares, clases medias y empresarios para resolverlo.
Y analizo a Gustavo Petro y a su Gobierno –por quien no voté, pues voté en blanco–, y que resultó peor de lo que pensé. Porque, con sus pésimas compañías, demagogias, falacias y
autoritarismos, es sumiso a la globalización neoliberal en lo económico, lo militar y lo político y en 2010 traicionó al Polo para respaldar la Presidencia de Santos, el candidato de Álvaro Uribe. Y le rechazo su exaltación a la lucha armada en Colombia, violencia que, como dijo Francisco de Roux, “no arregló nada y lo empeoró todo”.
Tan neoliberal es, que el último capítulo del libro pregunta: “¿Y Petro sí es de izquierda?”