Se acerca el esperado domingo electoral para gobernador, alcaldes, diputados, concejales y ediles. ¿Una fiesta, un deber o una costumbre?
Cada día se evidencia mayor intensidad en diferentes aspectos en las campañas de los aspirantes a ser elegidos en los cargos determinados por la Constitución y las leyes. Ni candidatizarse o elegir es fácil.
De simples intenciones se ha pasado a la realidad de someter el nombre a consideración de los ciudadanos, para lograr el mal interpretado favor electoral. Aunque definitivamente, en la vida democrática no se deben hacer favores electorales.
La consideración real es elegir a las personas con mejores cualidades, humanas y otras, que exigen los cargos sometidos a la decisión popular, de lo contrario no tiene sentido el veredicto de las urnas.
El voto no debe implicar contraprestación forzada en lo personal, familiar o institucional. Las promesas deben ser universales no individuales.
Ahora, es muy difícil separar en un país como Colombia determinados intereses que se suscitan alrededor del acto electoral.
Ya los candidatos han explorado los intereses de sus electores, periodo rosa, y exponen sus proyectos en una especie de caja ilimitada de argumentos, con o sin utopías, para convencer a quienes los van a elegir.
Hay candidatos para todos los intereses; y si llegado el momento no fuera posible identificar el aspirante de sus preferencias, le queda el camino legal y difamado del voto en blanco.
Hay tiempo para que cada elector vaya definiendo el depositario de su decisión, así como puede afirmar la negación rotunda a los candidatos que no son de su preferencia.
No es buena la reiterada práctica de votar en contra más que a favor de un o una aspirante. El solo hecho de votar en contra ha demostrado lo inconveniente de esta posición frente al futuro de la gestión del elegido.
Todavía es tiempo para que cada elector reafirme conscientemente su querencia y convencimiento de que decidirá lo mejor para Caldas o alguno de sus municipios. Los electores se pueden equivocar, muchas veces ha sido factible, en la decisión electoral; pero ello ha sido de buena fe, bajo el amparo de la ilusión y la bondad, ante la solidez que impone el acto electoral.
Hay tiempo suficiente para indagar, analizar y decidir el voto. La responsabilidad del elector es indelegable; cada votante decide ante su conciencia. Aunque en un país como Colombia el elector está sometido a presiones, reconocidas o no, de diferente índole incluyendo las familiares, laborales, sociales y religiosas.
¿Qué espera cada elector conseguir con su voto? En un país con elevada cultura política la aspiración máxima sería el bien del país y la región.
El porcentaje de personas en esta posición democrática no se conoce realmente. En un país con necesidades abrumadoras, en donde los electores tienen una elevada cuota de sacrificio, un día electoral como el que se avecina implica una puerta de redención para sus angustias y penurias.
Todos los candidatos son diferentes, independientemente de sus compromisos políticos y de sus probables alianzas. Los electores también son seres distintos, pero unos y otros deben ajustar sus compromisos al verdadero servicio de unos y beneficio de otros. Debe imponerse la total financiación estatal de las campañas en donde se logre la independencia de electores y aspirantes.
Ya no son: el sancocho, el tamal, los cocidos, el alcohol, las viandas ligeras, las tablas, el cemento, las tejas y promesas irreales; hoy el voto tiene un valor económico que debe ser combatido, aunque es muy solicitado y ofrecido en determinados ambientes.
¿Cuánto vale su voto? El voto no tiene precio tangible y todo lo que esté en contra de esta conducta atenta contra la libertad del elector y somete ilegalmente al elegido.