La conducta humana ha merecido innumerables análisis a través de los siglos, desde los primeros pensadores hasta la actualidad. Las consecuencias de esos razonamientos han sido las diferentes expresiones verbales, escritas y visuales, mediante la utilización de mecanismos cada vez más universales.
Cuando se le exige a cualquier persona, resultados favorables para ella y para los demás, dentro de sus compromisos adquiridos y aceptados libremente, los individuos adquieren responsabilidades, pero también pueden actuar en conjunto, y aun así la atadura colectiva no minimiza la personal, aunque sea mínimamente.
Dentro de los comportamientos se halla el quehacer, traducido esencialmente en acertar o errar. A diferencia de antes, ahora la preparación de las personas, para lograr atinar, se ha hecho indispensable. De allí viene la necesidad de formación, incluyendo la instrucción, acción imperativa para las personas que han vivido desde quizá hace tres siglos.
Los médicos, bajo cualquiera de las denominaciones que se dan hoy, deben siempre buscar hacer el bien en el objetivo primario de sus compromisos: el ser humano. Con el solo hecho de ejercer medicina, se adquiere la responsabilidad de acertar, entendiendo que es una profesión esencialmente de medios, como se ha repetido y aceptado por la sociedad.
Sin embargo, como todo ser humano está expuesto al error, y así lo deben comprender preferentemente quienes son sus pacientes, aunque ello no justifique un resultado no deseado por el médico, el enfermo, la familia, sus allegados o la sociedad que lo califica.
El error del médico puede aparecer en todas las actividades que emprende en los todos los campos que le son propios en la actualidad. De tal manera que un profesional de la medicina puede fallar, de una forma evidente o soslayada, a pesar de la intención de acertar siempre. Hay actividades que desarrollan los médicos, como simples seres humanos, y ellos también están sometidos a la posibilidad de equivocarse y su acción deberá ser valorada por normas generales aceptadas por la sociedad.
La posibilidad del error médico se inicia desde mucho antes de atender a sus pacientes cuando tiene la obligación, no cumplida siempre, de tener la pericia apropiada para el ejercicio de su profesión como médico general o especializado, en las múltiples variantes existentes, en la medida que la supra especialización se hace necesaria. De allí, surge la necesidad de intenso y permanente estudio teórico e indispensable práctica frecuente. ¡Cada vez más ofrecida y menos recibida en Colombia!
Luego, sigue desde el momento que inicia la atención y desarrollo de la misma: minutos hasta años. Comienza con el adecuado saludo, a veces olvidado, hasta todas las prescripciones, rehabilitación y controles necesarios. Aquí, son fundamentales la diligencia, la prudencia y adquiere valor máximo la pericia, cualidades indelegables desde que acepta al paciente ya sea por compromiso institucional o simplemente en el ejercicio privado.
Todos los errores médicos de carácter ético son censurables, pero, en el análisis científico, técnico, legal y administrativo de cada falta pueden existir agravantes como la discapacidad o la muerte u otros que los atenúan hasta eximir totalmente de la responsabilidad, lo que se traduce en la exoneración.
Para analizar un error médico está el estudio bajo la ley de Ética Médica y del otro lado están las legislaciones administrativas, civiles y penales.
Desde el consejo para la fertilidad hasta el último instante con vida del paciente, el médico es responsable ineludiblemente por sus actuaciones. La voz, la escritura y la imagen son los vehículos que puede emplear, tanto presencial como virtualmente, pero debe asegurarse que su paciente, familia o tutor hayan recibido correctamente los mensajes complementarios.
Lo contrario, es error atribuible al médico porque ha pretermitido su obligación con el paciente. La inmunidad contra el error es admitir la posibilidad de equivocarse.