Los colombianos se encuentran ante el enigma de los resultados en el Congreso del cual dependen los diferentes proyectos de ley anunciados en especial el que modifica el actual Sistema de Atención en Salud.
El texto con las explicaciones respectivas se encuentra en tránsito inicial en la Cámara de Representantes. El Congreso en pleno será el responsable por acción u omisión, comprometiendo el bienestar de las personas que habitan en Colombia. Todo operará a través de instituciones y actores.
No hay duda que la idea previa y el texto del proyecto han provocado infinidad de comentarios y controversias verbales y escritas, a favor o en contra, total o parcialmente.
La atención en salud es un tema que atañe a cincuenta millones de habitantes, incluyendo a los menores de edad a través de sus padres o tutores, pero también hacen parte del sistema que se quiere reformar e implantar. Ningún congresista querrá perjudicar a los colombianos. Deberá decidir a su leal saber y entender por el mandato otorgado.
Hay dos hechos que contrastan, para fortuna, con lo sucedido en los prolegómenos de la aprobación de la Ley 100 de 1993. El primero es la actual participación casi masiva de las instituciones y los ciudadanos, con sus enfoques y propuestas múltiples. En 1992 pocos creían, y los médicos menos, en la reforma. Eso era asunto de otros aunque ya tenían el ejemplo de la transformación institucional y operativa con la Ley10 de 1990.
El segundo es la verdadera reactivación de atención primaria en lo cual se han perdido 45 años, desde la Declaración de Alma Ata, 1978. Los logros reales en Caldas a partir de 1984, se perdieron después.
Pueden expresarse miles y miles de palabras alrededor del proyecto y sus consecuencias o deseados futuros logros. El año pasado esta columna opinó que la reforma debía estar basada en consideraciones técnicas, ahora hay que agregar universales y no simplemente sentimentales, emocionales o históricas.
Hay unas preguntas que son del diario trajín y sentir general: ¿Con la ley que se propone el sistema podrá ofrecer a quienes lo solicitan atención oportuna sin discriminaciones y de calidad óptima? ¿Disminuirán o se acabarán las complicaciones o la mortalidad por una atención inadecuada? ¿Se mejorará la salud mental comprometida con la angustia del abandono de la atención? ¿Los colombianos no tendrán que acudir a servicios privados para compensar la desatención? ¿Será óptima la salud oral?; Y, así, podrían enunciarse centenares de preguntas.
De otro lado, ¿La Reforma conseguirá en poco tiempo logros que abolirán situaciones sanitarias que han sido un baldón para los colombianos a través de los años, los cuales indican injusticia social? Las cifras del año 2022 son indicativas de lo que no debe continuar. ¿Qué tanto se reducirá la morbilidad materna externa, 33.252 casos? ¿Cuánto se disminuirá la mortalidad perinatal y neonatal tardía, 8.156 casos? ¿Se eliminará el Síndrome de la Rubeola Congénita? ¿Se lograrán tasas de vacunación que impidan las enfermedades inmunoprevenibles de la infancia? ¿Qué tanto bajará la cifra de bajo peso al nacer, 119.118 casos?
¿Cuál será el mecanismo para reducir la desnutrición aguda en menores de cinco años, 13.804 casos? ¿Qué tanto disminuirá la mortalidad materna, 362 casos? ¿Se acabará la sífilis gestacional, 6.992 casos e igualmente la sífilis congénita, 1.213 casos?
Estos interrogantes son apenas un índice de lo que sucede en el país. ¿Podrá eliminarse la muerte por cáncer de cuello uterino? ¿Qué tanto se mejorará el diagnóstico precoz y el tratamiento temprano en cáncer?
No es solo problemas jurídicos ni económicos ni educativos ni salariales ni otros. Quien baje al abismo despertará un terrible gigante.