Llegó casualmente en un recuento de historias cómicas que han circulado desde mediados del siglo anterior persistiendo algunas de ellas. Cuando no había la tecnología ni la producción moderna de personajes de características humanas o animales, las personas: adultos y jóvenes, esperaban ansiosa y semanalmente en los distintos periódicos que circulaban, los gráficos y relatos de seres humanos con sus animales que entretenían y hacían imaginar muchos eventos alrededor de los relatos.
Muchos perfeccionaron sus lecturas con estas historietas que también encaminaron sus pasos por el sendero de la perfección, en la búsqueda cada vez más cerca de la comprensión de los temas. Eran y aún son, algunas, verdaderas fuentes de aprendizaje. Las modernas y las antiguas historias son diferentes, dependiendo del entorno. Por ello, no es dable calificarlas de mejores o peores con base en la época, como sucede con muchas otras acciones de los seres humanos.
Una de las antiguas historietas: El otro yo del Dr. Merengue, conocida simplemente como Doctor Merengue, apareciendo por primera vez en 1945, desde la primera edición del diario el Clarín, Buenos Aires, y creada por Guillermo Divito.
La esencia del personaje, abogado de origen, pero puede ser cualquiera, radica en que ante diversas circunstancias el Doctor Merengue expresaba sus consideraciones; pero atrás, y ahí estaba la magia, sobresalía en otro plano un texto o figura con lo que verdaderamente estaba pensando. La distorsión entre lo aparente y lo real producía la hilaridad o al menos la sonrisa insinuada ante la hipocresía del personaje.
Hoy abundan los personajes con la encarnación del doctor Merengue. Muchos se han apropiado su actitud, encontrando legiones de ellos dentro del diario acontecer en las interrelaciones de los seres humanos.
La franqueza, actitud totalmente contraria a la del doctor Merengue, es una cualidad que merece agradecimiento. Quien la practica debe ser considerado como una persona honesta, porque no se halla discrepancia entre su pensamiento y lo que expresa. Los demás saben a lo que se atienen, por lo tanto consideran la cercanía o lejanía con sus ideas, pensamientos, críticas o acciones.
Los seres humanos deben entender plenamente, aún con deficiente grado de instrucción, que nadie tiene la verdad absoluta y que las diferencias, sin importar cuales sean, pueden ser conciliables o permanecer en la oposición ideológica, sin que por ello el otro sea de menos consideración.
Los Merengues se encuentran en cualquier lado y producen efectos no deseados porque, a pesar de expresarse directamente o a través de cualquier medio, su conformidad o discrepancia, en ese instante tienen una posición real, contraria a lo expresado y así actuarán, engañando a otros.
Todas las personas pueden modificar, tienen derecho a ello, pero antes de comprometerse deben hacer lo que sea posible por ser sincero con quien solicita su concurso en los análisis o en las obras.
Los seres humanos se ahorrarían muchas inconformidades con la franqueza de la otra u otras personas. La franqueza no significa grosería; tampoco puede decirse que ser franco es sinónimo de verdad.
Muchas veces la persona franca puede estar equivocada porque quizá no ha comprendido el planteamiento o no tiene la instrucción adecuada para hacerlo. Puede plantear una posición errada; pero se le agradece su voluntad en la medida que desea conceptuar o le piden hacerlo.
Por ello, el silencio sincero, no alevoso, se agradece siempre. Es preferible la parquedad en las expresiones de aceptación o rechazo que la expresión estrepitosa de asentimiento o negación hipócritas.
Un silencio sincero tiene valor de honradez que debe ser la premisa en todas las relaciones humanas.
La sinceridad tiene sus propios mecanismos para que no sea una actitud agresiva ni irrespetuosa ni temeraria con otras personas.