La leche ha sido, en muchas culturas y religiones, símbolo de alimento por excelencia y de vida. No en vano Yahvé le prometió a Moisés, como redención a la esclavitud, que llevaría a su pueblo a “una tierra donde mana leche y miel”. ¿Qué hacer entonces para que, en un país que quiere ser “potencia de vida”, a nadie se le niegue un alimento que es vida?
Colombia produce más de 7.000 millones de litros al año, pero la industria no acopia siquiera el 50% y, además, aunque el consumo per cápita es de 155 litros/año, mientras un colombiano de estrato alto consume 190 litros, uno de estratos bajos apenas alcanza los 37.
Tan inequitativa distribución está ligada a la pobreza. En 2022, el 33,6% de la población quedó bajo la línea de pobreza monetaria, es decir, tenía un ingreso mensual de hasta $396.864, y el 11% sufría pobreza extrema, con no más de $198.698. En el campo la situación es crítica, con casi ¡la mitad de la población! en pobreza monetaria, condición en la que está la mayoría de los pequeños productores minifundistas de leche.
Pero la realidad es más cruda cuando ese 33,6% se traduce en más de ¡18 millones! de pobres, y el 11% en ¡7 millones! que, en 2022, vivían con $6.600 pesos diarios.
Así pues, la desnutrición no se limita a la niñez y la mortalidad infantil, pues aunque es una enorme desgracia que murieran por esa causa 325 niños en 2022 y 246 en 2023, la desnutrición invisible, esa que no mata niños ni adultos, pero disminuye su humanidad a límites aberrantes, es un universo dantesco de 18 millones de humanos viviendo en condiciones “infrahumanas”.
Por ello, en carta reciente a la ministra de Agricultura, le expuse las disfunciones de la cadena láctea que afectan a los productores de leche y le planteé propuestas para romper la inequidad del consumo, las que hemos presentado a todos los gobiernos desde hace 20 años, recibidas con “buenos ojos” pero con escasa voluntad política.
La primera es un fondo tripartito para que el presupuesto nacional, los recursos ganaderos y la industria, se unan, para que esta última ofrezca a los sectores populares leche pasteurizada -no ultra-, en empaque sin pretensiones y sin gastos de publicidad.
Otra es la reorientación de las compras públicas, con leche de producción nacional en la dieta de la Fuerza Pública, en los jardines del ICBF y en la mezcla de la bienestarina; leche diaria y no jugos azucarados como elemento obligatorio para los contratistas del PAE, para suplir en la escuela las carencias de la casa.
Hay que hacer algo para que la leche deje de ser un costoso producto en hermosas cajas que cuestan más que lo que contienen; y para que a más de 300 mil pequeños ganaderos, muchos de ellos parte de la pobreza rural, no les paguen por un litro de leche menos de lo que cuesta cualquier jugo azucarado.
Hay que hacer algo para convertir a Colombia en un país donde mane leche… para todos.