Dejamos México con una agenda para iniciar los temas de la negociación con el Eln., con “La Participación de la Sociedad en la Construcción de la Paz” en primer lugar, que no es de poca monta, pues involucra la concepción misma de nuestra democracia.
En principio me pregunto: Si la verdadera paz, no la del cese de la violencia, sino la del bienestar para todos es también responsabilidad de todos, ¿cómo alcanzarla con una total ausencia de cultura de participación?
Perdimos esa cultura tras décadas de violencia y degradación del talante moral del país por el narcotráfico y la corrupción política. Perdimos la cultura de participar, hasta en algo tan esencial como la paz, porque desconfiamos de los resultados de hacerlo. Perdimos la esperanza de paz, porque ninguna generación viva en Colombia la ha conocido.
El problema no es falta de mecanismos de participación, que los hay en la Constitución, hasta para uso y abuso. No me equivoco al afirmar que nuestra Carta es una de las más garantistas del mundo.
El problema es la ausencia de cultura participativa, reemplazada por la del “todo vale”, que tiende a limitar la democracia al ejercicio del sufragio -Yo voto y me desentiendo-, un mecanismo de participación tan desprestigiado que hasta mercancía se ha vuelto, mediante el cual otorgamos poder a alguien para que gobierne o legisle por nosotros, pues en la democracia, “el gobierno del pueblo”, todos no podemos estar en la Casa de Nariño, ni en gobernaciones, alcaldías y corporaciones públicas.
Sin embargo, los elegidos con nuestros votos, con honrosas excepciones, en ese entorno de valores degradados perdieron la concepción dignificante de la política como servicio público, y ese “envilecimiento” está en la base de la indiferencia participativa.
No por falta de instrumentos, insisto, sino de cultura participativa y de una clase política consecuente, nuestra democracia se convirtió en apenas representativa y distante, y está en riesgo de convertirse en tumultuaria y extorsiva a partir de la violencia, paradójicamente por cuenta del garantismo, que no cuestiono por excesivo, sino por manipulado y mal utilizado. Basta ver los noticieros para constatar esa realidad.
El reto es pasar a una democracia más participativa, que no se agote en el sufragio, pero que no pretenda suplantar al Estado, porque entonces, ¿para qué elegir gobernantes y legisladores?
“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos. No creo que se requieran más esquemas de participación. Creo que debemos recuperar la cultura de “co…laborar”, que traduce trabajar juntos por el bien común, una causa en la que los ministerios de Educación y Cultura deberían ser uno solo, y la mesa de negociaciones un verdadero piloto para concertar acciones transformadoras en las regiones.
Creo que la mayor expresión de ese bienestar común es la paz… de la que seguimos huérfanos.