por la ciudad no escampa”; y no me refiero al clima, sino a la inseguridad que golpea a los territorios, infestados de la violencia desatada por 300.000 hectáreas de coca; violencia que, por vasos comunicantes, golpea también a las ciudades, infestadas de bandas de microtráfico.
Según cifras de la Policía Nacional, entre enero y abril ya completamos 4.119 asesinatos. En las ciudades, Bogotá lidera la lista con 341 homicidios intencionales. Cali, que cabe algo más de tres veces en el Distrito Capital, es la ciudad más peligrosa con 332, seguida de Cartagena con 120, Medellín con 112 y Barranquilla con 110. Estas cinco capitales suman el 25% del total de asesinatos entre enero y abril.
La pobreza es una de las causas de la violencia, como también la incontrolada migración venezolana. Sin embargo, si los cultivos ilícitos y el narcotráfico son el mal de males en los territorios, el microtráfico lo es en las ciudades, replicando el modelo de control territorial y de dominación social mediante el asesinato, el reclutamiento de menores convertidos en adictos, la extorsión, el robo, la trata de personas y cuanta conducta criminal les permita sojuzgar a comunidades inermes.
Además de la distribución minorista de droga, estas bandas se “especializaron” también en la extorsión. Con un subregistro altísimo e imposible de estimar, durante 2022 se presentaron 8.745 denuncias y, entre enero y abril, ya vamos en 7.616, un 87% del total del año anterior. De seguir la tendencia, podríamos llegar a diciembre con más de 22.000 denuncias.
No es imposible; en Bogotá aumentó el 3,9% durante el primer trimestre de 2023. En Medellín el ¡258%! y en Barranquilla la extorsión creció, entre enero y abril, un ¡443% frente al mismo periodo de 2022, afectando principalmente a los barrios populares; una especie de extorsión “gota a gota”, pero de gran impacto en comunidades necesitadas de apoyo, que no de esta criminal exacción de sus ya escasos recursos.
No es en vano que, en la última medición del índice mundial del crimen organizado (2021), realizada por la Iniciativa Global contra el Crimen Transnacional Organizado, ocupemos el segundo lugar entre los 193 Estados de la ONU. Somos el tercer país con más actores criminales, con una calificación de 9,5 sobre 10 en tráfico de cocaína y de 8,0 en tráfico de armas y cannabis.
El Índice de Paz Global, elaborado por varias entidades internacionales especializadas, con datos de la Unidad de Inteligencia de The Economist, “mide el nivel de paz y la ausencia de violencia de un país o región”, y en ese ranking obtuvimos, para 2022, el deshonroso puesto 144 entre 163 países.
¿Cómo nos ve el mundo?, ¿qué nos indican estas mediciones? Algo realmente desesperanzador; nos muestran lo cerca que estamos de convertirnos en un narcoestado sin porvenir y, sobre todo…, lo lejos que estamos de la prometida paz “estable y duradera”.