Se sentaron a conversar nuevamente el presidente Petro y el expresidente Uribe, en una reunión que fue más bien un “encuentro”, con todo lo que esta palabra significa en un país de “desencuentros” derivados de la polarización, que no es mala en sí misma, pues pensar diferente no tiene por qué ser sinónimo de enemistad.
Como no ha sido así, este país fracturado se sorprende, acostumbrado a la división por mitades, desde que un gobierno calificó a una de ellas como “enemiga de la paz”, por rechazar unas negociaciones que entregaron mucho por nada, y un Acuerdo que prometió una paz estable y duradera que no llegó, que burló la democracia, dejó disidencias operando, rentas ilícitas desbordadas en los territorios y terminó en inmenso lavado de activos.
En este país de enemigos, las reuniones entre Petro y Uribe envían un poderoso mensaje de que es posible llegar a puntos compartidos, para llevarlos al “Acuerdo sobre lo fundamental” que necesita Colombia para sanar sus fracturas y avanzar hacia el progreso sostenido y con equidad en el campo y las ciudades, que es el otro nombre de la paz total.
Ese es el significado que percibí en este último encuentro, en el que los temas fluyeron con facilidad, aunque no estaban preestablecidos, pues no se trataba de llegar a conclusiones, de acordar ni de pactar nada, ni de que Uribe convenciera a Petro o viceversa.
Se trataba de algo que el país ha perdido y debe recuperar, si de verdad pensamos en la paz total. Se trataba de hablar sin cálculos ni reservas y, más importante, de escuchar sin descalificaciones sumarias, con interés por los argumentos del otro y con respeto a la diferencia.
No dudo de que estas conversaciones informales y sin agenda previa ayudan a crear relaciones personales de cordialidad y respeto mutuo, que permiten identificar áreas de acuerdo y soluciones creativas a problemas complejos y desafíos políticos, lo que puede ser útil donde lo convencional ha fracasado.
¿Qué más significan estos encuentros, antes de unas reformas que prometen convulsionar al país? Creo que el Gobierno, con buen juicio, sabe que parte de sus mayorías en el Congreso no se comportarán como tales frente a temas sensibles, como la salud, y que tan trascendentales reformas no se pueden imponer, en año de elecciones territoriales, al medio país al que el presidente Petro venció por 700 mil votos en las urnas.
Así las cosas, las reformas sufrirán las modificaciones que expresan los intereses y expectativas del pueblo representado en el Congreso, como debe ser en una democracia liberal, no la del “fast track”.
En ese escenario, escuchar a la oposición, limpia de intereses clientelistas, es como mirarse en un espejo que no miente, es tender puentes para lograr reformas que unan al país alrededor de ellas, porque esta patria herida… no resiste más fracturas.