Para escapar un poco del enrarecido ambiente de las noticias nacionales e internacionales que circulan por los medios, con abundante contenido de hechos escabrosos, bueno es adentrarse en episodios históricos que distraigan la mente, alimenten el conocimiento y expliquen muchos de los fenómenos sociales, económicos y políticos que, con el discurrir del tiempo, han cambiado de protagonistas, con sus condiciones humanas particulares, pero en esencia son los mismos. En el escenario universal siempre han actuado personajes controversiales, enfrentados por el poder, la fama, la riqueza, el podio, la creatividad y el encanto personal; este último con su contenido de frivolidad, que a muchos atrae hasta la imitación, expresada en el vocabulario, los modales, el look y la vestimenta.
Don Cook (1920-1995), avezado corresponsal en Europa de periódicos norteamericanos, como Los Ángeles Times, escribió una minuciosa biografía de Charles de Gaulle (Ediciones B.S.A. Barcelona, España, 2006.), traducida por Patricio Canto con errores de estilo como el dequeísmo, bien documentada y, sobre todo, reveladora de la personalidad del gran líder francés, jamás igualado, y menos superado, por quienes lo antecedieron o sucedieron. Su imponente presencia física, de elevada estatura, expresión adusta y actitud arrogante, se complementaba con una sólida formación ética, rigor intelectual, amplia cultura humanística y personalidad dominante.
Aun en las más críticas situaciones, en las que se suponía que estaba en condiciones adversas, sometido a soluciones dependientes de otros, actuaba sin complejos e imponía sus opiniones. Durante los hechos que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), cuando los delirios expansionistas de la Alemania nazi acometieron contra los países europeos para someterlos, en alianza con la Italia de Mussolini y el imperio japonés, Francia fue ocupada y, mientras un gobierno débil presidido por el mariscal Pétain se sometía a los invasores, De Gaulle, desde el exilio, apoyaba a la heroica y patriótica resistencia, asumiendo una representación de su país, que en la práctica no tenía, pero sustentaba ante las potencias aliadas con su fortaleza ideológica, indeclinable patriotismo y los elementos de su capacidad militar y política. La militar, evidente, porque había combatido en la Primera Guerra Mundial, fue herido en combate y puesto prisionero, apenas liberado cuando terminó la guerra; y la política, sustentada en experiencias gubernamentales y en amplios conocimientos adquiridos como ávido y selecto lector.
Pese a su débil posición económica, militar y política, De Gaulle trataba de tú a tú al arrogante y prepotente Roosevelt, que lo despreciaba; al hábil y poderoso Churchill, su principal apoyo, que toleraba su imponente posición, consciente de la débil posición: militar, económica y política que tenía frente al conflicto; y en el fondo lo admiraba; y al astuto y ventajoso Stalin, que solía jugar con cartas marcadas. En ese desventajoso tablero, De Gaulle, inspirado en su ferviente patriotismo, movió las fichas de Francia, y salió airoso; con lo que erigió su pedestal histórico.