La Cámara Junior Internacional fue creada en 1915, en San Luis, Missouri, USA, por Henry Giessenbier (1892-1935), un joven banquero de origen alemán, quien soñaba con formar jóvenes para el liderazgo creativo, la responsabilidad social, el espíritu empresarial y el compromiso por el cambio positivo, que garantizaran una paz estable en el mundo. Se vivían por esas calendas los horrores de la primera guerra mundial, en la que estaba comprometida la patria de los ancestros del joven idealista. La institución prosperó hasta extenderse por el mundo occidental, donde tiene más de 200.000 afiliados, entre 18 y 40 años, según los estatutos*.
Quienes ingresan a la organización filantrópica adquieren un compromiso contenido en el Juramento Junior, que el autor de estas líneas ha conservado en la memoria por largo tiempo, desde cuando hizo parte de la CJI en Cali, antes de que el tiempo le indicara la salida, porque había dejado de ser joven. Dicen así los sabios enunciados:
“Seré un hombre de fe y de principios”. Quiere decir que algo hay que tener como apego moral, no necesariamente religioso; lo que sustenta normas de conducta social, que, incrustadas en la esencia de las personas, se mantienen inalterables, como aporte a la sana convivencia.
“Mantendré la juventud en mi espíritu y en mi corazón”, es un llamado al buen vivir y a la actitud positiva, que permiten socializar en armonía, en todos los espacios de la vida (familia, escuela, trabajo…), para ser útil y feliz.
“No tendré odios, rencores ni egoísmos”, garantiza disfrutar de la vida en comunidad y sonreírle al entorno del que se hace parte.
“Seré leal y honrado, en todo y con todos”. Este objetivo, si se cumpliera masivamente, desde las cumbres del poder hasta los espacios de la producción más elemental, haría del mundo una arcadia feliz.
“Sabré perdonar y olvidar el daño que me hicieren”, es un instrumento indispensable para construir la armonía social y la paz, desde la tolerancia y la justicia.
“Y si los hombres son mis hermanos, los ancianos serán como mis padres y los niños como mis hijos”. Esta hermosa frase contiene todo lo que es necesario para ejercer la verdadera caridad, que no es cuestión de dispensar bienes, sino, principalmente, de proteger al desvalido, acompañar al desamparado, consolar al afligido, apoyar a quien quiere progresar y construir un futuro y ser solidario para suavizar desigualdades en la sociedad. Todo lo cual está contenido en principios constitucionales, disposiciones legales, discursos evangélicos, textos bíblicos, libros sagrados de variados matices ideológicos y principios gubernamentales. Estos últimos de escaso valor ético, especialmente, desde cuando el “vellocino de oro” se constituyó en deidad suprema de la filosofía política, que orienta los destinos del mundo. *Tomado de Google.
Coletilla: “La retórica tiene que estar al servicio del bien común, no del engaño y la manipulación”. Aristóteles.