Como sobre las olas, los hechos van y vienen en el devenir histórico, al ritmo que les impongan las circunstancias; y los dirigentes de turno, con sus diferencias y coincidencias, ilusorias o pragmáticas, que les imprimen formas de vida a las comunidades, maleables y cambiantes, como si estuvieran hechas de metales nobles o de plastilina. La historia es, por excelencia, maestra, que enseña a las generaciones cómo sacar lecciones de los hechos que las antecedieron, para aprender de las experiencias, ampliar conocimientos, refinar procedimientos y trazar rumbos hacia el futuro, que mejoren la calidad de vida de las comunidades, tras el sueño de alcanzar la excelencia siempre esquiva; y “próxima y lejana como el viento”, para decirlo poéticamente, y suavizar la realidad.
La excelencia suena a concierto fabuloso de trinos de aves, rumores del viento en las ramas de los árboles, tintineo de gotas de lluvia en los cristales de las ventanas o clamor de ríos impetuosos. Pero la realidad es una alharaca de frustraciones, en la medida que el egoísmo, o la incapacidad, de quienes orientan el transcurso de los hechos, la cotidianidad y la conducta de los pueblos, hacen más daños que producir beneficios.
Líderes y gobernantes que posan de providenciales y se engalanan con ropajes de superficialidad, se desgastan en controversias personales, desprecian las lecciones de la historia e imponen a las huestes que conducen innovaciones arbitrarias, que no son más que saltos al vacío, causa de males irreparables y un retroceso en el progreso anhelado y, peor que eso, un deterioro social. Así, la experiencia, “madre y maestra”, se convierte en letra muerta, y acumula polvo en los anaqueles de sucesivas generaciones, que, mal conducidas por incapaces investidos de poder, desprecian, para improvisar cambios. Lo dicho no desconoce el valor que tienen la inventiva y la creatividad, que hacen parte del mejoramiento sucesivo, porque con ellas se avanza hacia la superación, que es el camino que conduce a la excelencia y busca la esquiva felicidad.
Lo dicho no es una novedad. Más bien, constituye una seguidilla que con el tiempo cambia de protagonistas, y de formas o modelos, pero en esencia es la misma historia con ropajes distintos, según las épocas. Para citar un ejemplo, hace más de 500 años, dijo Cervantes, lúcido pensador, autor del Quijote, una de las obras literarias más influyentes de la humanidad, citado por Borges en su libro “Ficciones” *: “…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, (es) depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”. Pero de la ignorancia, envuelta en vapores de superficialidad, teatral y arrogante, no pueden esperarse sino desastres, que adalides providenciales reparan y “mesías” de farándula, que brotan como mala hierba, repiten.
Basta con asomarse a las páginas de la historia patria colombiana, que en mucho se parece a la de países “hermanos”, para confirmar que ésta se repite, y es ondulante, para bien y para mal; y que, como decía Ruperto, el filósofo de Manzanares, “la inteligencia es una enfermedad y hay gente muy aliviada”.
*Borges, Jorge Luis, “Ficciones”, Random House, Bogotá 2021.