William Ospina, en su libro sobre Humboldt (página 227)*, dice que “A menudo son más humildes las frentes coronadas por la tradición que las coronadas por la ambición”. Una definición más “agropecuaria” llama a los emergentes de mala calaña “carangas resucitadas”. Lejos están las intenciones de este comentario de estimular la lucha de clases, que es potestad de populistas interesados en aprovechar los mecanismos del sistema democrático para ganar escaños en el poder, para lo cual se apoyan en organizaciones que representan a los trabajadores, y a otros sectores que conforman la base de la escala social. Los dirigentes sindicales politizados son ideales.
Es recurrente que políticos extremistas de izquierda utilicen el recurso perverso de atribuir a estratos sociales selectos, por haber tenido un desempeño históricamente destacado, en el gobierno, las artes, la literatura, la religión y otros valores humanos; y a empresarios y capitalistas, todos los males de la pobreza, el desequilibrio social y la miseria. Es innegable que la ignorancia y la pobreza han sido un recurso para la explotación económica, en el agro, la industria, el comercio, etcétera; y para que crezcan las feligresías de apóstoles y pastores disgregados de religiones tradicionales, que en muchos casos no son más que oportunistas que garantizan la salvación eterna según los aportes que el feligrés haga a la ponchera. Pero en eso, como en nada, se puede generalizar. Muchos de esos pastores religiosos son verdaderos servidores de su dios, al servicio de los más desfavorecidos de la sociedad; y desconocidos por el Estado.
Los hechos son dicientes. “Frentes coronadas por la tradición”, es decir líderes provenientes de élites sociales y económicas, cuando han conquistado el poder político han hecho inmensos aportes al bienestar de las comunidades. Un ejemplo ilustra la idea. El presidente Jhon F. Kennedy, de USA (1961-1963), vástago de una familia rica, dueño de una esmerada educación y actor en diversos escenarios de la actividad pública, fue el promotor de la Ley de Derechos Civiles, que eliminó la odiosa y aberrante discriminación de los negros, aprobada en 1964, después de que, siendo presidente en ejercicio, fue asesinado por orden de fanáticos racistas. Esa gestión de JFK fue un hecho de justicia social en temas vitales como la educación, el trabajo, la convivencia y otros, que favorecieron a la comunidad afrodescendiente; a los negros, odiosa e injustamente discriminados.
En cambio, “frentes coronadas por la ambición”, que ascienden al poder a horcajadas de poderosos de dudosa reputación o provienen de grupos sediciosos desmovilizados, que entregan las armas, pero conservan los complejos y los odios de clase, disfrutan, para sí y para familiares y amigos los placeres del poder y atizan resentimientos, fomentando el desorden social y estigmatizando a los generadores de riqueza, lo que afecta principalmente a los pobres que dicen defender.
*Ospina, William. Pondré el oído en la piedra hasta que hable. Random House. Bogotá, Colombia. 2023.